Anoche me cacé amando tu sombra sobre mi cama.
Mientras intimaba toscamente con mi soledad.
No sé si sonrojarme y pedir disculpas por el ansia.
O invitarte a participar de esta forma de conjura.
Comenzó con la naturaleza y el deterioro de un poema.
Tras una cortina de halagos efímeros y sublimes.
Melancolía banal que se infiltra hasta la sangre.
Mármol cincelado con la sinuosa precisión del verbo.
Destellos de nada sobre tu almohada de plumas.
Argumentos herméticos a la existencia de piel.
Simulábamos perfectamente la inexistencia recíproca.
Y de todo ese averno aun rescatábamos sábanas suicidas.
No hubo un día de soledad completa desde que existes.
Enviábamos el alma a otros mundos y las interrogábamos.
Nunca cambiamos el rumbo de la historia.
Pero con el tiempo escribimos la nuestra y propia.