Imagen: Mark Schneider
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Eres quien me hace real.
Mi redención de la ceniza.
La crisálida de mi tortura.
El tañido en la densa niebla.
Malditos roedores
Imagen: Valentín Román
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Tras la palmera del jardín aun se escuchan las palabras atropelladas del verano infantil.
El pelo rebujado, las rodillas en carne viva, los ojos como platos y por escuda, la sonrisa.
Los tomates, naranjas y pelotas probaban continuamente el principio de Arquímedes.
Y los peces del pequeño estanque no sabían si esconderse o empezar a salpicar a mansalva.
No fui del todo feliz, ni deje de serlo. Mis hermanos. Mis amigos. El perro del vecino.
Todos éramos uno. Desde el bordillo de la acera a los inmensos ríos de barro del invierno.
Un balón era el centro del universo. De reglamento, eso era ya otra historia. Y para nota.
Los trompos volaban. Las bicicletas en chasis. Las espadas de madera y el corazón de papel.
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Nunca tuve uniforme. El colegio era de pago pero no tanto.
Tenía un par de pantalones de domingo unas botas de futbol y dos pares de zapatos.
Cada miércoles mi tía traía caramelos y merengues y por un minuto había fiesta asegurada.
Olía todo el zaguán a cocina. A pollo con papas y zanahorias, canelones y croquetas.
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Hoy mi barrio es silente.
Hasta los perros son mal mirados si ladran.
Y si quiero cantar no tarda alguien más de dos minutos en tocar a la puerta.
¿Dónde está el Capitán Trueno para que me libere de esta miseria?
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Cielos.
Olvide el código secreto para llamarle.
Malditos roedores.
Esto es todo amigos.
Erasa una vez
Imagen: A. Lacroix
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Erase una vez.
Porque todos los cuentos,
como lo es la vida,
comienzan así.
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Con un llanto desapacible
que nos entrega a la vida.
Boca abajo y sin comprender
a qué viene esta osadía.
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Erase una vez.
Porque todas las estrellas
bailan juntas para aquellos
que saben esperar.
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No les importa mojarse.
Ni con la lluvia ni con su cuerpo,
sumergido entre las olas
en medio de cada noche.
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Erase una vez.
Un niño gordito y soñador,
al que un día le toco la suerte
y le asieron fuerte la mano.
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Y se quitó un peso de encima
porque algo mágico se abrió
jamás volvió a sentirse
un premio de consolación.
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Eras una vez.
Mi infancia.
Bienvenida.
Bienvivida.
Intensamente arcana
Imagen: Anuar Patjane.
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En las largas noches de otoño,
aprovecho los huecos que deja tu voz
para recordar lo importante que es sentirte
cuando apenas consigo escucharte.
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Rastreo nuestra urgente biografía
bajo la luz del lienzo de mi sonrisa.
Mientras tanto, engaño a la nostalgia
reconvertida en válvula de escape.
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Bipolaridad insustancial
intensamente arcana.
Para mis tardes aciagas
Imagen: Hikaru Uchida.
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Busco presencia
en el silencio inconsolable.
Sangre fresca que me regale
unos días más de vida.
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Fragancia de tierra mojada
para mis tardes aciagas.
Olas batientes para aspirar
la reconfortante sal.
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Algunas tardes,
la soledad es tan grande
que soy capaz de escuchar
como se encoge el alma.
Trazos de locura
Imagen: Arild Aarnes.
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Fragancia ingrávida y envolvente.
Trazos de locura y descontrol.
Tu cabello al viento.
Mi sonrisa desbocada.
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Hacemos el amor.
O guerra de guerrillas.
Como tú la llamas.
Como yo me dejo.
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Cambiar sin revolución.
Adaptarse para crecer.
Extender la piel.
Llegar a ser el otro.
Indignado
Cuesta mucho escribir. No es fácil abrir la caja de los truenos y escoger uno para mostrarlo al mundo. Mucho menos, creo, aderezarlo con forma rítmica para expresar sentimientos.
Luego eliges un espacio donde compartirlo. Buscas gente similar con gusto, con ganas de compartir experiencias. Y desembocas a quien la Comunidad de El País.
Un año publicando, haciendo amigos, correspondiendo comentarios y de repente un administrador inexistente o la mayor desidia del mundo nos deja colgados, con un sistema que no funciona y con un nivel de frustración altísimo no solo contra quien administra este espacio sino a quien lo permite.
Educadamente. Por favor arreglen esto de una vez o ciérrenlo y nos buscaremos la vida.
Aun creo
Imagen: Salar Amini.
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Hay días que vuelves a casa
y dejas el alma tirada
en el primer rincón que encuentras.
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Allí se queda inmóvil.
Asustada como el niño
que se sabe culpable.
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Notas su presencia.
El frío que desprende.
Su grito de socorro.
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Sin embargo sabes,
que si miras un segundo,
volverá a convencerte.
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Deserto de ella.
De sus complejos.
De sus cicatrices
De sus miedos.
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Aun creo.
Tengo fe.
Sin embargo,
no sé en qué.
Un lugar en mi vida
Imagen: Ryszard Tychawski.
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Tu alargada sombra
discurriendo por la escalera.
Tu mirada perdida
a lo largo de la tarde.
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Tu sonrisa jugando
con el sombrero de playa.
Los gráciles trazos
del maquillaje en tu rostro.
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Tu lágrima fácil
de inesperada ternura.
El capricho del pelo
retozando sobre tu hombro.
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Siempre conservarás
un lugar en mi vida
aunque te empeñes
en esconderte.
El cariño que induces
Imagen: Sandeep Nigam.
Inciertas historias de amor.
Burbujeante y apócrifa
ilusión de navidad.
Inmenso en el deseo.
En las tardes de merienda
de transitorio disfrute.
No solo da vida
el cariño que entregas
sino el que induces.
Éstas y no otras
son historias de delirio,
y de bella locura.