Al final

lunes, agosto 24, 2020 Permalink 2

He aprendido a no ser, únicamente parte de otras personas.

Ni tan siquiera de sus proyectos o caprichos.

Camino con la firmeza de hacer todo lo que puedo por los demás.

Trato de construir sin poseer. Sin que nadie que me rodea pierda identidad.

No soy dócil. Tampoco agresivo.

Vivo y comparto el como vivir.

No creo personajes que quemo, posteriormente en unas hojas garabateadas.

Lavo mis trapos sucios con mi conciencia y me alejo de la cultura lacrimosa.

No soy enigmático. Uso la palabra para aclarar, pero predico con mis actos.

No hay misterio en mis manos, ni en mi piel. Hay sal y trazas de miel. 

No soy desleal ni conmigo mismo. Y me cargo de afecto con quien me rodea.

Siento que ser útil es la mejor manera de amar y de comprometerme.

Asumo las deslealtades como mis fallos y retomo a las personas.

No me escondo en un bunker, aunque entrego la llave a quien quiero.

He madurado a base de risas, vasos de cristal y muchas vitolas de puros.

He grabado mi vida, con un puñado de palabras y las expongo sin traba.

Nací en un barrio y como tal, recuerdo mis orígenes cada día al despertar.

Llevo muchas personas a mi lado desde que usaba pantalones cortos.

Otras tantas se quedaron por el camino, por su decisión o la mía.

Si me llamas, contesto. Si me abrazas te abrazo. Si me quieres te quiero.

Hago piruetas en el aire y me poso en la rama que me refugia.

Mi vida es una aventura salvaje, a la que estás invitado a compartir.

Como dice la canción, al final de la autopista no hay sitio donde ir.

Los instantes en que regreso

lunes, agosto 17, 2020 Permalink 2

Soy la influencia de todo lo que respiro.

Lo arcaico e infantil de las calles de mi barrio.

Las amistades exprimidas a lo largo del tiempo.

Lo descarnado de las decepciones precipitadas.

Las miserias de la falta del consuelo necesario.

Los tiempos de silencio esperando una caricia.

Las enemistades olvidadas que nunca lo fueron.

Los besos arrancados de tus labios por accidente.

Los que te guardaste y nunca compartiste.

Los momentos de vida que compartí sonriendo.

Los secretos que compartimos con el brillo de la mirada.

Los juegos a cuatro manos y un alma efervescente.

Las carreteras transitadas a la búsqueda de aire.

La confianza en la capacidad de esta vida, o la otra.

El dolor de barriga que producían las risas furtivas.

Los experimentos sensoriales. Y también los carnales.

El renacer a la ilusión tras un páramo asolado.

La lógica de tu forma de mirar.

La alegría de una caricia alocada.

Los afectos que siempre he guardado.

Lo inalterable de mis recuerdos profundos.

Mi razón y tu emoción.

La abundante retrospectiva.

Lo que logramos sentir.

Y lo que nos queda por vivir.

Los instantes en que regreso

y siempre estás ahí.

Bordeando lo místico

Conformando mi realidad.

El eco de tus huellas

lunes, agosto 3, 2020 Permalink 0

Bendito verano.

Me permite caminar por  la orilla de mar.

Dejar que la arena juegue entre mis dedos.

Inmediatamente recordé las cosquillas

con que volvía a mi casa por el roce de tu mano.

Una alegoría a la felicidad que depuse en las calles.

Y se extravió mientras la juventud caducaba.

Siempre tuvimos la amistad necesaria para consolarnos,

en el sutil reflejo que emana la estrella polar.

Un poco de verdad nunca creó tanta distancia,

como el adiós silencioso de tu juventud.

Largas conversaciones en el silencio de la noche

que nunca fueron pronunciadas ni renacieron.

Los largos paseos hacia la fiesta del barrio.

De ida siempre. Nunca de vuelta.

Madrugadas donde buscaba la luz

y solo me encandilaban las farolas y alguna lágrima,

mientras buscaba una puerta abierta donde las sombras

escondieran tus brazos traviesos y me constriñeran.

No me jugué la vida y me llevé un triste reintegro,

con el que no me reconozco porque siempre quise más.

Hoy vives entre mis manos y mi cabeza.

O lo poco que queda de ella.

No encuentro la manera de rastrear tu aroma.

Me gané una poca de nostalgia para toda la vida

y una reina para el exilio que se recuesta en mi cama.

He aprendido a vivir en la efervescencia de la espuma de mar.

Muero con ella una y otra vez en mi propio infierno.

Añoro las nanas que calmaban la mente y el espíritu.

Aquellas en que el viento y la sal sabían a algodón de azúcar.

Hoy aspiro el aroma de las algas buscando un leve murmullo.

Hasta que mis pies se cortan con el ampuloso filo del coral.

Al fin y al cabo,

es triste mirar atrás

y tan solo encontrar

el eco de tus huellas.