Vivía en su propio tiempo y al mismo tiempo se ahogaba en él.
La columna vertebral de sus principios estaba a merced del viento.
Su sangre fría había bajado los grados suficientes para espesarse helada.
Las rodillas suplicaban por sí mismas, más allá del consuelo.
Me gritaba el pasado algo indescifrable, más cercano al abandono
que a la memoria histórica del firmamento de nuestros errores.
Me duelen las cenizas de la virtud trasnochada.
Ya solo me queda la alquimia de la imaginación.
Un tablero dramático donde se borran los colores asignados.
Un plan de fuga adornado de alfileres emponzoñados.
Un vigía jugando a ser centinela.
Un violonchelo que sube una octava.
Una falacia empedrada de vértigo e inocencia.
La anarquía fugitiva de tus manos.
La vulnerable libertad.