Tacones púrpura, como único vestido al recibirme.
Labios sabor a vino. Piel tersa. Cuello celestial.
Solo tú sabes mimar el incendio de esta primavera.
Cada momento es una vida y, como tal, irrepetible.
Te velo los sueños mientras vienes hacia mí.
Recostada sobre la hierba el sol dora, mansamente, tu piel.
Me divierto recitando las gotas que brotan de tus poros.
Hueles a hierba fresca. A silencio luminoso. Tal vez, a mar.
Soplando, refresco tu piel, a riesgo de avivar el deseo.
La fragilidad es un punto entre la mirada y el gesto.
Gotas de rocío ribeteadas de manso satén.
Me rijo por tu propia luz. Por los destellos de tu mirada.
Por la forma que tienes de crear un unísono de dos.
El viento aporta tu presencia con un halo de nostalgia.
Un poco de ti, más que quimérico, es un mucho de mí.
Jugaba distraído, con un manojo de sonrisas,
y dejaste en mi almohada un resuello carmesí.
Una historia de terciopelo, y aromas al viento.
Flores candentes en el remanso del destino.
Remolino anárquico de nubes de cordura.
Un mundo que resalta la luz de tu belleza.
Dibujo tu cuerpo bajo mis párpados cerrados.
Sombra arabesca de los perfiles del atardecer.
Cabalgan los colores por la vidriera del salón.
La bruma adormece bajo el bosquejo de una estrella.
Sello mis labios sobre el intenso aroma de tu cuello.
Anhelos dormidos enredados en los lunares de tu cuerpo.
La cereza intensifica el sabor de tus labios.
Hay esencia de piel en las gotas que salpican.
No concibo la vida sin el sentir de tus manos.