He aprendido a no ser, únicamente parte de otras personas.
Ni tan siquiera de sus proyectos o caprichos.
Camino con la firmeza de hacer todo lo que puedo por los demás.
Trato de construir sin poseer. Sin que nadie que me rodea pierda identidad.
No soy dócil. Tampoco agresivo.
Vivo y comparto el como vivir.
No creo personajes que quemo, posteriormente en unas hojas garabateadas.
Lavo mis trapos sucios con mi conciencia y me alejo de la cultura lacrimosa.
No soy enigmático. Uso la palabra para aclarar, pero predico con mis actos.
No hay misterio en mis manos, ni en mi piel. Hay sal y trazas de miel.
No soy desleal ni conmigo mismo. Y me cargo de afecto con quien me rodea.
Siento que ser útil es la mejor manera de amar y de comprometerme.
Asumo las deslealtades como mis fallos y retomo a las personas.
No me escondo en un bunker, aunque entrego la llave a quien quiero.
He madurado a base de risas, vasos de cristal y muchas vitolas de puros.
He grabado mi vida, con un puñado de palabras y las expongo sin traba.
Nací en un barrio y como tal, recuerdo mis orígenes cada día al despertar.
Llevo muchas personas a mi lado desde que usaba pantalones cortos.
Otras tantas se quedaron por el camino, por su decisión o la mía.
Si me llamas, contesto. Si me abrazas te abrazo. Si me quieres te quiero.
Hago piruetas en el aire y me poso en la rama que me refugia.
Mi vida es una aventura salvaje, a la que estás invitado a compartir.
Como dice la canción, al final de la autopista no hay sitio donde ir.