Yo amo lo que me das.
Al resto,
las llamo ilusiones.
Yo amo lo que me das.
Al resto,
las llamo ilusiones.
Nadar entre las palmas de tus manos,
como un pez multicolor que danza entre las olas.
Cada pensamiento me vuelve un poco más loco
y aleja mi soledad en brazos del silencio.
Una copa vacía. Un puñado de hielos,
prácticamente derretidos, de tanto girar.
Aun sigues iluminando mi terrible oscuridad.
Aunque, la verdad, tu rostro se deshace
entre las aburridas sombras de la nostalgia.
lo que ms añoro es tu presencia sonriente.
Aquella que lo impregnaba todo.
Espacio, sentimientos y recovecos del corazón.
Siempre estuvimos abundándonos,
sin saber que, con cada paso,
los ecos se desvanecían tras los rincones.
Necesito el toque de tus manos.
El lento derretir de las cosas simples.
Aquellos besos con sabor a carmín,
que tan bien sabían abrazarme.
Siempre he buscado un lugar a donde volver.
Donde desaprender a despedirse.
Siempre me he despertado rodeado
Allí donde me enseñaste a amar la vida.
Aprender a vivir entre amaneceres.
A languidecer con los crepúsculos.
Entre viejas canciones,
cuyas letras has olvidado,
y personas vitales,
que vendieron su alma en algún recodo,
te queda el consuelo de unas fotos caídas
y el eco adormecido de un barranco perdido.
Sumerges en el mar, tus pies inflamados.
A cambio, solo esperas algo de alivio.
Ya no eres capaz de sentir placer
mas allá del tiempo que tardas
en recordar algún desgaste emocional.
Has perdido la ilusión por poseer.
Tan solo disfrutas de la alborada desde la esquina,
o el caprichoso lienzo con el que el final del día
te susurra unas escarchadas buenas noches.
Sin duda,
la muerte de las emociones
son el preludio de la rendición de la carne.
Aquí nació y murió una laurisilva.
Aprendió a escuchar a lomos del viento.
Compartió secretos en el cobijo a los amantes.
Con la tenue lluvia aprendió a acariciar los amaneceres.
Respirando el aroma de la tierra, recitó cientos de poemas.
Siempre quise vagar por las cumbres, pese a mis profundas raíces.
Entonces, arrojé mis esporas a la espera
de anidar en los volcanes de mis islas.