Recuerdo como tratábamos de superar las rencillas con nosotros mismos.
Un manantial de acontecimientos que minimizaba una sustancia precoz.
Lo percibíamos todo mientras mirábamos la solemnidad de la nada.
Un gato pardo nos enseñaba a jugar con los claroscuros de la tarde.
La alegre cruzada de la generosa utopía de dos corazones compartidos.
Reflexionamos poco ante un puñado de acontecimientos.
Desobedecíamos mucho.
Reíamos mucho.
Una insignia prendada de vida.
Un toque de locura entre puñados de alegría.