Yo confieso que he pecado de desconsuelo.
He dormido entre tiburones y despertado entre las flores.
He contado historias a cambio de un mendrugo de pan.
He sido personaje de ficción y he mutado en varias versiones.
Moví demasiados hilos con la maestría de un hombre manso.
Terminé enredado en mi propia complacencia.
Desencadené tormentas al hilo de una novela ignota.
El cerebro me engañaba mientras compartíamos la fe.
Me quitaba el sombrero ante cualquier sonrisa evanescente.
Hice nudos con la madeja de almas asilvestradas.
Intrigué tintineando altos vasos de sustancias abrasivas.
Fui curioso hasta el extremo de suplantar lo evidente.
Aspiré el aroma del rocío impregnado de ramas de olivo.
Desafié a la historia promiscua con emociones altaneras.
Revolucioné mi alma a costa del dolor diario.
Jugué con el vaho de mi ventana para rediseñar el futuro.
Dude entre irme o quedarme mas de cien docenas de veces.
Nunca encontré mi sitio por debajo del horizonte del cielo.
Escribí poesías de amor, con banda sonora, a modo de comedia.
Y todo eso, tristemente, para llegar a comprender,
en el otoño níveo de esta vida, osada y malvada, que,
la existencia es un relato compuesto por fantasías mayestáticas.
Con los sueños rotos que repudiaron los demás.
Que triste,
y que tarde comprendí
que la vida es un sinfín
de puntos seguidos.