Buscamos palabras de amor mientras aprendemos a vivir a distancia.
Nos olvidamos de la calidez de un abrazo, de esos que te atrapan.
Preferimos estar cerca que dentro, como aquel beso que me robaste.
Pretendo envolverme con tu piel y vivir con el pálpito de tu corazón.
Soy adicto a lo sencillo. A la ternura de las arrugas que circundan tu mirada.
A esperar en la estación de tren donde nos despedimos sin saber aun porqué.
A dormir en tu lado de la cama junto a aquella ventana donde entraba la sal.
A amontonar amor en la mesilla de noche donde la noche se vestía de azul.
He surcado mares sin salir de mi almohada, besando con pasión esos labios carnosos.
No temo a nada salvo que el mar se recoja y deje de perfumar los pliegues de tu piel.
Que, enredado en tu pelo sople las sortijas que elevan en volandas nuestra canción.
Un poema de amor que trata al viento de tú y cimbrea bajo tu falda mientras bailas.
Nunca fuimos aves de paso. Anidamos en cualquier rama que quisiera adoptarnos.
Aprender a amar contigo ha sido la magia que la vida permite cristalizar los sueños.
Crear caminos entre los pinos, meciendo la hierba con sutiles sonrisas crujientes.
Nunca he dejado de cantar tu nombre. De mirar tu reflejo en el espejo y acariciarlo.
Creamos nuestra obra de teatro mientras las noches se volvían cortas y larga la ilusión.
Días en los que nada pasaba de largo. Fiestas donde la celebración nacía de tus brazos.
Velas desplegadas a todo juramento, que otorgaban una vida entera y un amanecer.
Cruzamos el laberinto sin mirar atrás, a la caza de aquella estrella que guiñaba al alba.
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Ha sido un placer caminar a tu lado por esta vida,
mientras aprendíamos a amar de dos en dos.