La vida tiene momentos estelares.
Uno de ellos tiene que ver
con los movimientos arriesgados
para los que no dispones de ases guardados.
No son muchos. Pero siempre intensos.
La mirada brilla y tus manos se tensan.
La adrenalina suple la sangre.
Y esperas impasible al momento culminante.
No existe antes ni después.
Solo el momento.
Tú y el trofeo.
El trofeo y tú.
Conseguir lo soñado.
Lo milimetrado.
Lo deseado.
El mito sometido.
Luego sonríes.
Te centras.
Miras a tu alrededor.
Ubicas donde estás.
Eliges el reto siguiente.
Recuperas la humildad
que te regala cada comienzo.
Y vas a por él.
Sinuoso.
Silente.
Taimado.
Certero.