Tengo una historia ribeteada de pequeñas cosas.
Habla de chocolate y esencias y no de gloriosas hazañas.
Percepciones que han ido pergeñando océanos de vida.
Sensaciones virtuosas sin tratos sucios y mucha ilusión.
Paradójicamente salpicadas de lágrimas de acero y poco cristal.
Milagros encarnados a la piel entre aromas de sal.
Recuerdos de un niño al que le encantaba enfangarse en los charcos.
Sensaciones insumisas para darse cuenta de la realidad.
Estrategias para saborear la realidad mas allá de tu presencia.
Coleccionando miradas y experiencias, surrealistas pero intensas.
Risas orladas de luz, paridas en tardes de lluvia sin delirio alguno.
Tomando partido por las cálidas sobremesas con aroma de café.
Jugando a leyendas reunidas en un ejercicio de creatividad.
Marcaba el compás sobre la geometría perfecta de tu cuerpo.
Oro bañado de caricias permanentes sin apenas moverse.
Reparando pensamientos dispersos sin defenderme de su sabiduría.
Mares lejanos imaginados entre lienzos púrpura y añil.
Todo era verdad y nada era mentira.
Viví la vida como si fuera propia.
Sin más argumentos.
Sin ninguna medida.