Necesito entretener mi mente.
Pegar un par de sorbos de música.
Un cimbreo elegante bajo el calor.
Las palmeras de una playa de arena rubia.
Tal vez la voz apagada, pero reivindicativa,
de un pueblo que necesita aire y agua.
Posiblemente una caótica improvisación
de una voz rasgada. Un saxo impostado.
O de un piano envolvente que declina
corcheas y claves al compás del viento.
Un batiburrillo de sorpresas con vida propia.
O el plácido calor del caribe y su ritmo.
Entre lo sencillo, lo íntimo y lo sensual,
de una historia popular parida en el barrio.
De la cimbreante mujer que cruza la calle,
con el desparpajo de una falda de tablas.
Tal vez, sería mejor, acunar una nana
y volver al regazo materno.
Donde el aroma a canela y limón
hacen parpadear los sueños,
mientras las manos bailan solas.
La imagen de un niño sentado
a la vera de su padre cuando trabaja.
Mientras unas ruidosas gaviotas
tratan de acompasar la imagen
con un graznido sin espinas.
Días de distancia conmigo mismo.
Buscando un lugar al final del camino.
Una pausa para rezar una plegaria
Por aquellos sueños que no eclosionaron.
Aquellos besos que nunca fueron dados.