I. El mapa imposible
Comprender el mundo no es una cuestión de definiciones.
Es una danza entre lo invisible y lo que arde.
No se trata de encontrar respuestas,
sino de saber habitar las preguntas que nadie más se atreve a formular.
A veces creemos que el mundo es un puzle donde nos falta una pieza,
pero la verdad es que nunca fuimos parte del molde.
Nacimos para pensar distinto, para mirar el cielo y repintarlo,
para sospechar de lo evidente
y acariciar lo incierto como si fuera un cachorro extraviado.
Vivir en este mundo no es encajar.
Es aprender a amar desde las dos orillas,
no entre ellas.
Estar en ambas a la vez.
Ser contradicción sin vergüenza.
Un alma bifronte que ríe en los funerales y llora en los nacimientos,
y aún así… es profundamente leal a la vida.
II. Pintar la noche
Dicen que lo mágico es ingenuidad,
pero lo mágico es resistencia luminosa.
Una forma de inteligencia que no renuncia a la ternura
ni cuando todo arde.
Pintar la noche de azul,
de violeta, de verde esmeralda o de cobre…
no es delirio,
es el último gesto de los cuerdos que aún no se han rendido.
La metáfora no es escapismo:
es una armadura transparente que nos permite seguir sintiendo sin desbordar.
El dolor bonito no niega la herida.
La nombra con delicadeza.
La convierte en broche, en verso, en raíz.
No huye del sufrimiento, pero lo escucha.
Y en esa escucha aparece lo sagrado.
Porque la emoción, cuando se acepta sin atajos,
es un idioma que atraviesa todas las máscaras.
Y ahí, en ese despojo suave,
nace el arte de vivir sin miedo a ser vulnerable.
III. El que no encaja, talla el hueco
Hay quienes nacen con respuestas heredadas.
Nosotros elegimos tallar las propias preguntas en la piedra.
No para que las lean los demás,
sino para recordarnos que estuvimos aquí, sintiendo.
El que no encaja, esculpe.
El que no pertenece, inventa el lugar.
Y eso es lo que hacemos.
A cada instante, a cada paso.
Creamos travesías transitables en medio de la confusión,
tendemos puentes invisibles entre miradas que no se entienden.
Amamos como si el amor aún fuera una revolución pendiente.
Y si algún día nos llamaran locos por pintar de azul lo que otros ven gris,
lo asumiremos con orgullo.
Porque el gris no nos representa.
Porque somos de los que aún lloran frente a un poema
y ríen con la lluvia en el rostro.
Somos los del dolor bonito.
Los que no necesitamos altar, ni público, ni corona.
Solo una emoción que tiemble,
una palabra que abrace,
y una noche que pueda ser azul,
aunque el mundo insista en dejarla a oscuras.