Me pierdo en estas olas,
tan solo con el reflejo de las estrellas,
esas que bajan al mar sin anunciarse
y se disuelven como sal en los labios.
Cuando te entrego mi vida,
descifro tu sonrisa
como si fuese un mapa trazado con fuego,
como si el viento supiera escribir tu nombre
sobre mi piel en braille.
Recuérdame mejor de lo que soy.
Intenta reinventarme.
Siéntete libre,
porque nada de lo que fue quiere permanecer,
y mucho menos lejos de ti.
Necesita navegar, varado a tu lado,
como los barcos que saben
que su destino es no llegar nunca,
pero igual parten.
Enséñame a sentir la poesía sin pedir permiso,
a dejarme llevar bajo la cola de una cometa,
a caracolear entre las nubes
y asirme a cada gota que desciende sobre ti,
hasta fertilizar tu piel
como lluvia que no pide razones,
solo tierra abierta.
Calla la lógica con una caricia.
Elige una imagen
y saboréala con palabras hasta que tiemble.
Usa tu cuerpo como brújula
para evadirme del caos,
para perderme en direcciones que no existían
hasta que las inventaste tú.
Suelta el pincel antes de aplicarlo,
deja que vuele a su libre albedrío,
que trace sin miedo el contorno de lo invisible,
que pinte con ausencias
y firme con silencios.
No todo necesita un final.
No todo verso se encierra en un marco.
Hay palabras que no caben en los márgenes,
hay promesas que solo se entienden
cuando la luz se apaga.
A veces…
la poesía solo quiere pasar la noche contigo,
como una tormenta mansa,
como el recuerdo de un abrazo
que no tuvo fecha ni firma,
pero sigue latiendo
como si fuera hoy.

