Cuando conocemos nuevos mundos,
estamos creando nuevas ilusiones.
Nos damos cuenta de que, aunque estamos limitados día a día,
la alegría es capaz de ampliar.
Sobre todo, al atardecer.
Me encanta contar piedras blancas y piedras negras,
como si fueran cuentas de un collar invisible
que alguna vez me regaló la infancia.
Y recordar que hay abrazos tan extraños,
que se pierden entre cada cien, doscientas posibilidades de besarte.
Hay una presencia capaz de cambiar la alegría,
como un soplo que la redirige,
como un niño que la colorea desde dentro.
No hay otro lado de la luna
sin que vayamos juntos a por él.
Me encantan los besos dulces.
Me encantan los silencios que los preceden.
Me encantan los restos de mar
que se nos quedan pegados en los tobillos
cuando corremos hacia la nada,
pero juntos.
Enséñame a sentir la poesía sin pedir permiso,
a dejarme llevar bajo la cola de una cometa,
caracolear entre las nubes
y asirme a cada gota que desciende sobre ti
hasta fertilizar tu piel.
enmudece la lágrima con una caricia.
Elige una imagen y coloréala con palabras.
Usa tu cuerpo como una brújula
que me evada del caos.
Suelta el pincel antes de aplicarlo
y deja que vuele a su libre albedrío.
Recuérdame siempre lo mejor de lo que realmente soy.
Intenta reinventarme.
Siéntete libre,
porque nada de lo que fue
quiere permanecer si no es para caminar a tu lado.
Y no me hizo falta gloria,
ni promesas, ni victoria.
Solo andar contigo
me pareció suficiente
como para llamarlo vida.

