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Imagen: Daniele Manfredini.
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La hiedra de mi jardín vive un poco alocada.
Cuando nació trepaba por el vástago de cáñamo
y juraría que bailaba con él.
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Con el tiempo la trasplanté a un bancal del jardín.
Ya erguida sobre su propia savia
creí que cada tarde se estiraba un poco más.
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Esta mañana, el viento estaba perezoso.
Tal vez cansado de los aullidos de la Navidad.
Me envolví en una manta y salí a pasear.
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La hiedra. Bendita hiedra.
Había culminado su estiramiento.
Y acariciaba sin miramientos
la farola que cada día le ilumina.
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Mi hiedra. Mi loca hiedra.
Amante de seres inanimados.
Tal vez para seguir creciendo tarambana.
Tal vez por dispensar una brizna de vida.
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