Imagen: Borbotones ignífugos.
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Hace algunos años, tocado por la juventud y dominado por la pasión, juré amor eterno y fallé.
Me sentí maldito. Desterrado de mi propio corazón y cualquier sentimiento ajeno.
Con un arcón repleto, y una penitencia con ribetes de acero y hielo.
Un corazón de cristal hace de mi vida un constante vagar por una eterna condena.
¿Acaso amar no es perdonar? Entonces, ¿Por qué no me perdono?
¿Porque mi corazón no late sino que simplemente flaquea?
Ahora siento el aroma del día, envuelto en flores y sal.
Será cuestión de aprender a disfrutar.
Hoy cuento la vida por los momentos que, paralizado, no puedo respirarte.
No necesitas que te justifique un cambio. Simplemente aceptas y me sigues besando.
Me encantan tus sueños como opción para vivir persiguiendo alboradas.
Me siento hipnotizado por el movimiento sinuoso. Por el lento disfrute con que me postras.
Tu presencia es universo. Un escalofrío inhumano que paraliza mi voluntad abrazado en extremo.
Ante la ausencia de miedo aprendí a ronronear en tu espalda con aroma a lavanda y espliego.
Cortejo tu sangre y la anudo a mis sueños. Con la vehemencia del deseo. Con la dulzura que arde.
Lloveré sonrisas sobre tu piel desnuda. Tornaré infinito el destino de tus manos.
Frente al lenguaje silente me mantendré ilusionado, y a tus pestañas encaramado.