Imagen: Ben Benowski
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Nada tiene tanto poder como materializar un sueño.
Rescatar una mueca, una fantasía, un sonido.
Que mis actos tengan vocación de eternos.
Los lunáticos soñadores de la penúltima realidad.
Donde nada está hecho.
El instante final donde respiras.
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Amar es adaptarse.
¿A tus alas de ángel?
¿A la orilla de tus labios?
¿A caer en tu tentación?
¿Al destello cuando me subes al cielo?
¿A las astillas que arrancas de mi piel?
¿A usar tus alas como luciérnaga en espiral?
¿A la libertad que me das sin cadenas?
¿A libar las sangre del cáliz tus heridas?
¿A los delirios de mi cuerpo cuando lo rompes en mil pedazos?
¿A la forma con que trasmites calor cuando me aprietas contra tu pecho?
¿Al sabor salvaje cuando beso tu cuello?
¿Cuando llenas mi boca de sabores directamente derramados desde tu piel?
…
¡Aún necesito descubrir cómo se declina el verbo amar!
La única provocación que no acaba en sí misma es la que se escribe en el futuro.
En las pequeñas cosas por descubrir, y en las cosquillas en la planta del pié.
Nuestro siempre. Ese que dura un instante y nos falta aire para respirarlo.
Cuando me enseñas la lengua, solo me dan ganas de comértela.
Me entusiasma la vida porque tú eres perpendicular a ella.