El destino nos miró a la cara en la linde de la nada.
Trato de proteger erguido el estandarte victorioso.
Mientras, me hundo en el fango que ahogué en el pasado.
Quise testimoniar la razón de los humillados.
Blandir mi espada como suya y acometer la primera línea.
Templé la ira con una estrategia firme y demoledora.
Asesté cada golpe con la tensión de mi músculo vivo.
Sin piedad para humillar a mercenarios o verdugos.
Aproveché al alba sobre mi espalda para cegar su camino.
Tan solo perdoné el corazón ávido de esperanza.
El aliento, entrecortado, cantó tu esplendor.
La sangre encendió el brillo de mis ojos.
Libé la esperanza de corazones ensartados.
Respiré las cenizas de mi propio hermano.
Algún día asistiré, mudo, a mi entierro.
Pero, ese día, no será hoy.