Soy anfitrión de una vida que no me gusta vivir,
y en la que no me siento cómodo.
Cada día abro una ventana al invierno
y percibo notas pensadas o escritas en silencio.
Hasta los bosques y las ciudades se mueven
imperceptiblemente hacia su ocaso.
Una larguísima espera que descompone
en fragmentos cuerpo y alma.
Alma y cuerpo.
Ilustro composiciones con una música encorsetada
por experiencia propia y desconfianza.
La elocuencia se mide en rimas,
mas o menos asonantes,
desperdigadas por la piel.
La audacia de los prejuicios afloran
ante la falta de una respuesta adecuada.
Una dosis de realidad confusa.
Sentimientos perdidos ante ceremonias tardías.
Al fin y al cabo,
la magia se nos presenta como una novela negra
con sabor a alcohol.
La belleza de la gente corriente
necesita de un talento que yo no tengo.
Ni percibo.
Tengo un deseo que ofrecer que es humano,
pero también que necesita de ilusión.