Ante el umbral del penúltimo vacío

viernes, diciembre 6, 2024 Permalink 1

Cual sombra que danza entre los velos del tiempo,

se alza la ausencia de propósito,

una melodía sin compás, un río sin cauce.

Oh, extraño vacío, que desnudas el alma,

¿qué haces del hombre que busca sentido

y lo arrojas a un abismo sin fondo ni eco?

Un impacto frontal sobre el fin de los tiempos

me empuja al borde del abismo,

donde la mente no grita, solo explota,

dispersa entre silencio y dudas.

Ya nada es efervescente.

El brillo se apaga, y lo que queda

bulle con un caos sin ley,

una danza anárquica de lo que fue y no será.

Nacimos atados al círculo eterno,

acción y reacción, causa y efecto,

como si el cosmos exigiera razón para cada latido.

¿Pero qué es el juicio sino cadenas doradas,

y qué el propósito sino un espejismo

que disfraza la vastedad de ser?

Sin brújula, sin mapa,

tan solo queda transitar

hacia el penúltimo tirabuzón,

ese giro que, en su desdén,

parece reír del orden perdido.

Pero en este abismo que no exige,

donde el eco no responde ni el juicio pesa,

se revela, quizá, lo más humano:

no estamos solos en este vacío.

Si miramos con ojos desnudos,

encontramos otras almas

flotando junto a nosotros,

sosteniendo sin palabras

la misma ausencia de respuestas.

Y sin embargo, allá en tu centro insondable,

una bruma susurra, apenas un aliento,

como si el viento que arrastra lo efímero

dejara un eco de algo que permanece.

Tal vez no sea esperanza,

sino el tenue calor de saberse vivo,

un instante robado a la eternidad

que basta para iluminar el abismo.

En tu oscuridad, ¿habrá luz, habrá tregua?

Tal vez no, tal vez sí,

pero en el tránsito hacia tu nada,

el alma se descubre desnuda y eterna,

y el amor a la vida,

sin causa ni efecto, simplemente es.