Alguien amó así

jueves, julio 3, 2025 Permalink 0

Te reconoceré a través de los siglos,

incluso en cada una de mis vidas.

Eres mi destino.

Incluso hiriéndome de muerte,

renacería en ti,

sólo para arrodillarme y venerar nuestro encuentro,

siempre que fueras parte de él.

Y aun si el tiempo se quebrara en mil espejos rotos,

me sumergiría en cada reflejo,

aunque sangren las yemas de mis dedos,

aunque cada imagen sea una promesa que no supo cumplirse,

una despedida sin liturgia,

una ausencia que nunca aprendió a decir adiós.

Porque cuando el alma guarda memoria,

el cuerpo se convierte en brújula de lo inevitable.

Obedece al temblor que precede a lo sagrado,

al eco de un nombre jamás pronunciado

que, sin embargo, ya me ha salvado.

No hay redención sin herida,

ni destino sin rendición.

Y yo me rindo.

No por debilidad,

sino porque en ti encontré la única fuerza

que no me pertenece

y, sin embargo, me sostiene.

Caminaría descalzo sobre los rescoldos de la historia,

si al final del sendero levitaras tú,

esperando con el silencio entre las manos,

ese que lo recita todo

cuando los labios capitulan en reverencia.

Te elegiría incluso si solo fueras esencia,

si tu forma fuera humo,

si tu presencia se desvaneciera entre la niebla.

Te buscaría aunque no existieras.

Y si fueras solo un destello dentro de un espejismo,

me volvería yo mismo reflejo,

tan solo para alcanzarte.

Porque existir contigo

es más sagrado que reinar.

Porque vivir por ti

es más noble que cualquier eternidad sin alma.

Y si alguna vez este juramento cae en el olvido,

que lo encumbre el viento en el tañir de las campanas,

que lo guarde la lluvia en su oficio secreto,

que lo recojan las piedras del camino

y lo murmuren a quien se detenga,

para que, cuando yo ya no esté,

aún alguien sepa discernir

que alguna vez…

alguien amó así.

El sello de nuestra verdad

miércoles, julio 2, 2025 Permalink 0

Viajamos con las hadas.

No por creer en la magia, sino por necesidad.

Por esa necesidad infantil y brutal de pensar que hay un lugar —algún lugar— donde la ternura no muere nunca. Y mientras volábamos, dijimos adiós.

Adiós a un río de sensaciones que ya no supimos cruzar sin mojarnos los párpados.

La noche era nuestra, lo fue.

Y la memoria es la casa perenne que nos queda cuando ya no hay cuerpo al que regresar.

Una casa hecha de hojas que no caen, que no crujen, que nos esperan.

Un refugio construido en tierra baldía, donde nadie más quiso sembrar…

pero donde nosotros aprendimos a florecer a pesar del polvo.

“Recuérdanos.”

No es una súplica. Es un conjuro.

“Recuérdame para vivir”, no porque me haya ido, sino porque estoy hecho de las veces que quisiste quedarte.

¿Cómo se empieza nuevamente cuando todo ha comenzado ya?

¿Cómo se aplaca el corazón de la bestia, si la bestia… eres tú, cuando amas sin redención?

Bajo los árboles donde nadie te ve,

yo te adivino.

Adivino tus manos cuando acarician el aire con la forma que tenía mi nombre.

Adivino tus pestañas cuando titilan como las ventanas de una ciudad que aún dormita.

Damos un paseo por los museos del mundo sin movernos del tacto de tu piel.

Todo el arte se resume en una respiración que compartimos,

como si lo sagrado no estuviera en los altares sino en los silencios entre nuestros dedos.

Estas historias que hacemos —que deshacemos—

nacieron para las tardes largas donde no hay reloj, solo sombra y vino,

y tú, inevitablemente,

mi postre favorito.

Una romería de besos guardados, de caminos que aún esperan ser recorridos.

Ecos de lo sagrado,

pero no lo de los dioses,

sino de lo humano,

de lo íntimo,

de lo verdadero.

Otros escribirán sobre el amor.

Nosotros lo hemos sellado.

No con tinta, sino con la carne.

Con cada despedida que fue un regreso.

Con cada “me quedo” que escondía un “me duele”.

El sello de nuestra verdad no es un símbolo.

Es una herida luminosa que jamás cicatriza…

y por eso, nunca se olvida.

El idioma de las almohadas

lunes, junio 30, 2025 Permalink 0

Hay noches en las que el cuerpo
habla un idioma que solo las almohadas comprenden.
Donde los pliegues de la piel
se convierten en versos no escritos,
y los silencios en la antesala
de un poema sin métrica,
pero con memoria.

Tus bolsillos —sí, los invisibles—
guardan caricias que aún no han nacido,
guiños que se quedaron esperando,
suspiros que prefieren esconderse
antes que rendirse.

Y en la curva final de tu espalda,
ese rincón donde se doblan los secretos,
se derrama una copa de champagne
que no bebimos,
pero que burbujea todavía en la piel,
como si el deseo pudiera ser embotellado,
como si la ternura se pudiera brindar
sin romper el cristal.

Improvisamos, sí.
Porque no todo lo hermoso se planea.
Porque hay magia que solo ocurre
cuando la noche se olvida del reloj
y las sábanas hacen de escenario.
Improvisamos…
como quien baila sin música,
pero con el ritmo perfecto de una respiración compartida.

Y al final,
queda la poesía enredada en las fibras del colchón,
como un eco que no se apaga,
como una promesa
que no hace falta mencionar.

Anatomía del deseo

domingo, junio 29, 2025 Permalink 0



Quiero deconstruir tu cuerpo.
No con violencia, no con premura.
Con el cuidado con que se deshace un nudo de seda.
Parte a parte.
Sin perder el aliento.
Sin ganarlo todo de golpe.
Comienzo por tus ojos.
Esa rendija de luz donde la noche se refugia para sentirse segura.
No los miro, los habito.
Camino por la pupila como quien cruza un puente hacia lo desconocido.
Y no caigo. Me dejo caer.
Tu pelo:
un campo de trigo en tormenta,
cada hebra un verso suelto,
una pregunta que no se formula porque ya se siente.
Después, tus labios.
Ahí donde mueren las guerras
y nacen los pactos.
No los beso.
Los escucho.
Porque cada línea de ellos conoce historias
que ni tú misma te atreves a recordar.
La nuca.
Esa llanura donde empieza el temblor.
Donde el vértigo toma forma.
La recorro como quien busca el inicio del mundo.
La clavícula.
Ese hueso que corta el aire y ofrece la piel.
Una repisa para los suspiros más frágiles.
Ahí coloco mi silencio.
El que pesa.
El que abriga.
Hombros, pecho, ombligo…
No son estaciones, son rituales.
Pequeños altares donde la devoción no se finge,
se respira.
Y respiro de ti hasta perderme.
Redescubro lo placentero no como un fin,
sino como un mapa de cicatrices dulces.
Como lava que aún conserva el calor de su furia.
Como lluvia que no empapa, sino despierta.
Como mar que no separa, sino sostiene.
Cada línea de tu cuerpo es un verso que no quiero rimar,
solo sentir.
Y en el recorrido, dibujo amaneceres que no existen aún,
pero ya se intuyen en los rescoldos del aire.
No hay prisa.
No hay nombre.
Solo un tacto que no se posa…
se entrega.
Una seducción que no culmina en la piel,
sino en ese silencio ensordecedor
que llega cuando el alma ha sido tocada.
Y consiente.
¿Te atreves tú ahora…
a reconstruirte?

Sentir sin anestesia

lunes, junio 23, 2025 Permalink 0

Hay himnos que no se cantan, se inmolan.
Nacen del eco del mutismo, de la verdad que asfixia entre los dientes.
Son himnos malditos, no porque traigan ruina,
sino porque abren cajas de sorpresas selladas con espanto,
con cicatrices que solo pueden ser contadas al oído de la noche.

Son melodías que no suenan, pero que aplauden desde dentro,
y nos obligan a fantasear como última defensa.
El fantaseo no es una huida:
es el arte de reconstruirse cuando te sientes fracturado.

Sin huellas no hay historia.
No hay narrativa sin el polvo del camino ni piel sin haber sido tocada.
Las emociones, cuando se recorren con coraje,
crean raíces en cada paso y dejan constancia de que estuvimos,
de que amamos, de que nos entregamos.

Vivir sin haber caminado por dentro es como leer sin comprender,
como besar sin cerrar los ojos.
Quien no se ha perdido no conoce el arte de reencontrarse.

Por eso, transitar desde la crudeza hasta la ternura no es cobardía,
es una forma de ser compasivo sin permiso ni salvoconducto.
Y hay una juventud que no depende de la piel,
sino de la capacidad de seguir emocionándose.
Aunque esté sobrevalorada,
ser joven es conservar la capacidad de sollozar por lo bello
y de reír en medio de la locura.

En el amor, como en la vida,
las travesías deben ser transitables.
No hay que vivir en la simbología excesiva,
sino en el gesto pequeño, en el temblor que no se explica,
en el roce que no deja marca, pero colorea la memoria.

No estamos para custodiar altares,
sino para bailar sobre sus ruinas,
para buscar sentido incluso cuando el mundo arde sin razón.
Porque el verdadero arte de amar no es conquistar,
es compartir.

Y el verdadero arte de vivir no es resistir,
es sentir sin anestesia,
como si cada día fuera un himno…
de esos malditos que solo entienden los que alguna vez
se atrevieron a abrir su alma sin saber si alguien la cuidaría.

Si mis lágrimas brotaran de tus ojos

domingo, junio 22, 2025 Permalink 0

Vagamos solitarios entre el viento y las orillas de las nubes,

como aves sin migración fija,

como ecos que buscan su garganta.

Sentimos y renacemos en el pozo de un perfume envejecido,

ese que no se aprecia con la nariz,

sino con las manos que tiemblan,

con el pecho que aprieta,

con el alma que no encuentra reposo.

Yo no vengo a pedir clemencia.

Ni a exigir sentido.

Solo a que me mires.

A que no apartes la mirada del caos ordenado que soy

cuando me quiebro sin romperme.

Disecciono cada sentimiento,

como si fueran nervios desnudos bajo la piel del tiempo.

Te entrego mis astillas:

esas esquirlas de vida

que me atravesaron cuando quise construir algo hermoso

y me devolvieron en silencio.

Pero no odio ese silencio.

Lo cuido.

Lo guardo.

Porque también fue mío.

No quiero palabras perfectas.

Quiero el temblor que las precede.

Quiero que entiendas que esta súplica no es humillación.

Es amor en carne viva.

Es la anatomía de todo lo que no supe expresar,

pero aún así te rogué que intuyeras.

He vivido muchas veces.

He muerto otras tantas.

Pero esta vez, en esta,

no pido redención.

Pido compañía.

Pido que no me dejes solo en esta ofrenda.

Porque si tú no recoges lo que soy,

no habrá nadie más que sepa descifrarlo.

Hay en mí una sed que no es física.

Una necesidad que no busca respuesta,

sino mirada.

Y si mis lágrimas brotaran de tus ojos,

entonces mi alma aprendería a volar.

No porque me hayas salvado,

sino porque nos hemos reconocido.

Y eso,

eso sí que es insuperable.

las astillas de lo invisible

martes, junio 17, 2025 Permalink 0

Hay sentimientos que no llegan para quedarse.

Solo pasan.

Rozan la piel como una brisa tibia que no pide permiso.

Y, sin embargo, hay otros que se quedan tan dentro que requieren bisturí.

La vida nos obliga, tarde o temprano, a practicar sobre nosotros mismos una cirugía sin anestesia.

Una disección del alma, parte a parte.

No para entenderla del todo —quién podría— sino para tener el valor de mirarla.

De sostener su forma aún cuando sangra, y de nombrarla aunque no tenga nombre.

La anatomía de los sentimientos es un mapa sin escala.

Un corazón no se mide en latidos, sino en astillas.

Porque todo lo que se rompe en nosotros, si no se desprecia, te transforma.

Y todo lo que se transforma, si no se olvida, se convierte en legado.

Las astillas, esas pequeñas punzadas que nos obligan a detenernos, a pensarnos de nuevo, a reconstruir desde lo mínimo.

No son heridas menores.

Son los clavos invisibles que sostienen los puentes entre lo que fuimos y lo que todavía podemos ser.

Nadie funda una nueva vida sin atravesar una grieta.

Y nadie la habita plenamente sin honrar los restos del naufragio.

Queremos, claro, vivir en el mejor de los mundos.

Pero olvidamos que ese mundo también hay que rehacerlo.

A veces desde cero.

Otras, con las ruinas aún humeantes.

Porque el realismo mágico no es una estética.

Es una decisión.

La de seguir creyendo.

De mirar una taza rota y aún imaginar que contiene el aroma del café compartido.

La de volar con palabras incluso cuando no quedan alas.

Rehacerse no es solo un acto de voluntad.

Es un ejercicio de ternura.

Es el arte de buscar el umbral de las voces que habitan dentro, y ofrecerlas al mundo sin vergüenza.

A veces susurrando.

Otras, simplemente estando.

Nos cansamos, es cierto, de la saturación de estímulos, de la emoción empalagosa, de la banalización del asombro.

Pero todavía hay lugar para lo verdadero.

Y lo verdadero no siempre grita.

A veces se parece más a una mirada que electrifica o a una caricia que reconstruye.

El devenir de la vida —ese que fluye, que se encrespa, que nos zarandea— no pide explicaciones.

Solo pide que no lo vivamos en soledad.

Que podamos interactuar sin miedo,

entre pares y dispares,

sin buscar vencedores,

sin condenar a quienes aún están buscando su voz.

Porque no hay mortalidad más trágica que la emocional.

Y no hay eternidad más hermosa que la de haber tocado un alma con una palabra, un gesto, una historia.

Y haberla transformado sin exigirle que cambie.

La espada envainada

domingo, junio 15, 2025 Permalink 1


La espada envainada

Hay espadas que no buscan guerras,
que no se forjan para la gloria,
ni esperan ser alzadas en nombre de ningún reino.
Hay espadas que nacen ya envainadas…
en el alma.
Y a veces, sin previo aviso,
se desenfundan solas.

No se alzan para proteger, ni para herir.
Simplemente duelen.
Duelen como lo que uno no ha elegido ser.

Una espada así te desangra por dentro.
No porque atraviese a otros,
sino porque te recuerda quién eres cuando nadie pronuncia tu nombre,
cuando ya no hay batalla ni enemigo,
solo queda el eco de tu propia historia.

Nunca lo superas del todo.
No se puede. Ni gran siquiera lo intentas.
Solo aprendes a caminar con la herida abierta.
A hacer de la piedra que te golpeó, la piedra donde alzarte.
Porque no hay otro suelo más firme que el que uno conquista.

Algunos nacen con linaje.
Otros lo conquistan a fuerza de silencio, esfuerzo e incomprensión.
Y a veces, el bastardo que todos ignoraron
termina siendo el único digno de coronarse en su propio nombre.
No por derecho, sino por verdad.

Lo que fuimos es el filo.
Lo que somos, la empuñadura.
Y lo que seremos… lo transformamos en luz,
en compromiso,
en propósito.

Porque al final, somos el momento.
Somos ese instante entre el pasado que nos hizo y el futuro que nos desafía.
Y lo único que de verdad vale, es lo que hacemos con esa herida que aún nos late.

Al fin y al cabo, si leemos, no es para aprender.
Es para transformarnos.
Para encontrar en otros el valor que a veces olvidamos en nosotros mismos.
Para entender que no estamos solos.
Y que incluso con la espada incrustada,
aún podemos ser reyes de lo que sentimos.

Nadie pide nacer así.
Marcado por la sombra de un nombre ausente,
educado entre las grietas del honor ajeno
y obligado a forjar con sus manos
lo que otros recibieron en cuna de oro.

Pero nunca huyó.
Ni tan siquiera lloró.


Calló cuando era más fácil gritar.
Avanzó cuando todo parecía una retirada.
Y cuando le ofrecieron la corona…
cuando por fin el mundo le dijo reina,
eligió servir.

Entendió que renunciar a reinar no es abdicar del poder.
Es liberarse de la vanidad del trono para abrazar la verdad del camino.
Es comprender que servir no es un escalón inferior,
sino la cumbre suprema del alma.

Esa espada envainada en el pecho
no necesitaba tronos para sangrar

ni batallas para justificar su existencia.
Luchaba por dentro.
Por todos.
Por una idea.

Y así, renunció.
Renunció a reinar para seguir trabajando.
Para seguir sirviendo.
Para seguir creciendo.

Porque crecer no exige una corona, sino acallar cicatrices.
Porque liderar no es imponerse desde arriba, sino sostener desde abajo.
Porque su legado no era gobernar…sino transformar.

Ese fue su legado.
El que no se ve, pero permanece.

Cuando llegue la última noche,
no morirá como un rey.
Lo hará como un hombre.

Los locos del fin del mundo

lunes, junio 9, 2025 Permalink 0

Hay algo en las aves que nos sobrepasa. Algo que va más allá del vuelo, del trino, del agitar de alas que corta el cielo como un suspiro visible.

Cuando pensamos en ellas, no pensamos en la rama que las sostiene, ni en el barro que pisaron, ni en la lluvia que a veces las sorprende sin nido. Pensamos en el aire que conquistan. Pensamos en lo que nosotros no somos capaces de hacer.

Y sin embargo, no podemos estar ciegos a la belleza.

Cuando no vemos criaturas aladas en el cielo, tendemos a crearlas en la imaginación. Porque el alma humana necesita alas, incluso si no las lleva puestas.

Necesita creer en aquello que no huye, sino que explora. Que no canta solo cuando es feliz, sino incluso cuando duele. Necesitamos ese ejemplo de los que se levantan del alambre para surcar el día —y también la noche.

Las aves vuelan sin fronteras, pero no sin propósito.

Vuelan por sus miedos, por su libertad, por su familia. Vuelan porque hay algo en la tierra que las llama tanto como el cielo.

Son los locos del fin del mundo.

Pero no un mundo que termina, sino uno que comienza.

Un génesis espiritual que no deberíamos perder.

Se reclaman entre ellos, sin exigir posesión. Se posan, se marchan, regresan.

Comparten sin dividir. Cantan sin competir. Revolotean ante cada descubrimiento como si fuera el primero. No se pasan la vida huyendo de sí mismos.

Tal vez por eso duele tanto cuando desaparecen del cielo.

Porque nos dejan solos frente a lo que no sabemos nombrar:

ese anhelo de volar…

…sin dejar de pertenecer.

la fábula de la vida y su teatro

lunes, junio 2, 2025 Permalink 1

No es fácil hacer un ensayo sobre la dimensión moral y los demonios personales de la infancia, ¿sabes? El progreso duele, pero duele mucho más cuando se han creado mundos que antes no existían y que luego no conseguimos que se plasmen. Intentamos siempre asombrar al mundo con lo que somos capaces, y cuando la muerte perdona a uno y escoge a otro, es como… de alguna manera, y aunque sea simbólicamente, eternamente doloroso.

A mí me gustaría que la vida fuera una fábula genial sobre la clase de las cosas. Una mezcla entre la clase y la elegancia. Que tuviéramos la capacidad de ser unos artistas hiperactivos de la intimidad, de lo sobradamente sentido y poco expresado. Ir siempre tras las huellas, las que sean, pero huellas. Reconocer la belleza de vivir, aunque no consigamos vivir como queremos.

Al fin y al cabo, vivir es desbrozar el día a día. Es jugar con la diáspora de esa revolución poética que es el aliento y los gritos de desesperanza envueltos unos con otros, y a veces sin claros límites entre ellos. Ese idilio y desencuentro permanente entre la satisfacción y la frustración. La capacidad de escribir un gran libro que nos ilumine. No solo a nosotros por escribirlo, sino a quienes son capaces de leerlo.

Trasladar la alegría de vivir. Que nada está tan mal con respecto al mundo. Lo que es cuestionable es cómo nos miramos. Esa falta de imaginación, falta de… de aprecio que tenemos de las cosas. De la certeza que estamos más centrados en recibir que en dar.

No sé, hay veces que me gustaría que las experiencias de la vida nos cojan por sorpresa. Hacer cada vez un mejor oficio de la confusión espontánea, mezclar la realidad y la ficción. Al fin y al cabo, todo es como lo quieras valorar, no solo de como realmente existe.