Sin pedir permiso

lunes, octubre 27, 2025 Permalink 0

Me pierdo en estas olas,

tan solo con el reflejo de las estrellas,

esas que bajan al mar sin anunciarse

y se disuelven como sal en los labios.

Cuando te entrego mi vida,

descifro tu sonrisa

como si fuese un mapa trazado con fuego,

como si el viento supiera escribir tu nombre

sobre mi piel en braille.

Recuérdame mejor de lo que soy.

Intenta reinventarme.

Siéntete libre,

porque nada de lo que fue quiere permanecer,

y mucho menos lejos de ti.

Necesita navegar, varado a tu lado,

como los barcos que saben

que su destino es no llegar nunca,

pero igual parten.

Enséñame a sentir la poesía sin pedir permiso,

a dejarme llevar bajo la cola de una cometa,

a caracolear entre las nubes

y asirme a cada gota que desciende sobre ti,

hasta fertilizar tu piel

como lluvia que no pide razones,

solo tierra abierta.

Calla la lógica con una caricia.

Elige una imagen

y saboréala con palabras hasta que tiemble.

Usa tu cuerpo como brújula

para evadirme del caos,

para perderme en direcciones que no existían

hasta que las inventaste tú.

Suelta el pincel antes de aplicarlo,

deja que vuele a su libre albedrío,

que trace sin miedo el contorno de lo invisible,

que pinte con ausencias

y firme con silencios.

No todo necesita un final.

No todo verso se encierra en un marco.

Hay palabras que no caben en los márgenes,

hay promesas que solo se entienden

cuando la luz se apaga.

A veces…

la poesía solo quiere pasar la noche contigo,

como una tormenta mansa,

como el recuerdo de un abrazo

que no tuvo fecha ni firma,

pero sigue latiendo

como si fuera hoy.

Mi barrio…mi vida. Mi nada… mi todo

miércoles, octubre 22, 2025 Permalink 1

¿Había nubes en nuestra infancia?No lo recuerdo con nitidez, pero recuerdo el camino.

La calle asfaltada, los edificios inertes, el barrio dormido.

Algunos restos de platanera, un lagarto al sol, un juego a medias y una locura siempre sana: competir.

Competíamos por todo. Al fútbol, en la charca, al robo de algarrobas, a las construcciones a medias que eran fortalezas, castillos o el lejano oeste.

Aquel campo de fútbol era aparcamiento y estadio. Aquel cubo oxidado era armadura.

Y nosotros, insurrectos y centuriones, cowboys y romanos, todos en uno, todos a la vez.

Las conversaciones, llenas de nada y de todo, como las de un rebaño engalanado de campanas.

Las películas eran viejas, de vaqueros, de romanos, de historias macabras, a veces truculentas.

Y un coche pasaba cada media hora.

Los días de Reyes eran epopeyas.

Las fiestas de cumpleaños eran íntimas: pocos amigos, algo de familia, una tarta de galletas.

Y la cocina olía a madre, tía, a primo, a hermano, a vida.

Hacíamos arcos con ramas de palmera y cuerda de embalar.

Construíamos carros con rodamientos.

Jugábamos al trompo hasta astillarnos los dedos.

Las chicas del barrio saltaban a la comba mientras mi madre nos miraba desde el balcón.

Jugábamos con grandes cubos de aluminio como si fueran naves espaciales.

Los boliches eran trofeos, los listados, joyas de colores.

La música del circo sonaba baja, lejana, muchas veces con animales, otras con trapecistas.

Y siempre, siempre, los ojos abiertos como paréntesis, esperando algo mágico.

Las primeras máquinas de pinball eran universos.

La dulcería del barrio era la embajada de la felicidad.

Todo aquello fue cimiento de lo que soy.

Y lo anhelo. En el último de mis recuerdos.

Aquellos tiempos que tal vez nunca debieron irse.

O tal vez nunca debieron existir.

Quizá esa es la maldición que todos cargamos:

no poder elegir qué parte del futuro vivimos,

ni qué parte del pasado debimos evitar.

Pero aquí estamos.

Valientes.

Resistentes.

Armados de nostalgia y de ternura.

Confusos, pero animados.

Ilusionados, aunque reinterpretados.

Dictando.

Escribiendo.

Intentando rememorar,

con la poca clarividencia desgastada que aun nos queda,

esto soy hoy.

Con esto.

Con aquello.

También fui.

Aprendí a odiar pronto y a amar, menos pronto

viernes, octubre 10, 2025 Permalink 0

Aprendí a odiar pronto.

Mientras actuaba entre bambalinas en una infancia donde la defensa parecía innecesaria.

Los aplausos eran escasos, casi insolentes,

pero la función no cesaba.

El guion, nunca escrito,

se expandía bajo la trémula voz.

El carrusel marcaba el ritmo con su canción repetitiva,

cansina,

que no llegaba a ninguna parte.

Busqué con ansia la compostura

porque no supe buscar consuelo.

Ni tan siquiera me lo ofrecían.

Y así, sin que nadie lo advirtiera,

sin que nadie pudiera mirar más allá de la pupila de mis ojos,

el odio se coló por las rendijas del escenario

para vivir entre el torrente de mis venas.

No fue un acto.

Fue una defensa.

Como el que se cubre del frío sin saber cuánto durará el invierno.

No lo elegí, pero aprendí a usarlo.

El odio, en su forma más pura, no grita.

Se enrosca.

Te hace fuerte donde ya no sientes.

Te da firmeza en la mirada

y fragilidad en tu vida.

Y por eso, tal vez,

amar vino menos pronto.

No por cobardía,

sino por un aprendizaje inverso.

Porque para amar hay que abrirse.

Y yo solo sabía cerrarme.

Y el amor…

el amor llegó menos pronto.

No tarde.

No derrotado.

Menos pronto.

Llegó como una carta sin remite,

como una mano que no entendía los límites,

pero tampoco de traiciones.

Con un rumor que contradecía todo lo que me enseñaron:

que el mundo muerde,

que la piel arde,

que abrirse es languidecer.

El amor se quedó ahí,

dubitativo,

esperando a que dejara de esconderme en las trincheras,

a que soltara el escudo

y me alejara del arma

que alguien colgó sin preguntar,

para que entendiera que sobrevivir

es muy distinto que vivir.

Sinceramente,

aprendí a odiar pronto

y a amar menos pronto.

Y en ese intervalo sin nombre,

en esa épica silente, dura y fría,

entre el reflejo de un golpe

y el temblor de un abrazo,

descubrí que lo que más cuesta en este mundo

no es amar.

Es crecer.

Es fortalecerte.

Es merecer.

Sin condiciones.

Ay, Dios mío…

el amor llegó menos pronto,

aunque llegó.

Y con él,

la posibilidad de no repetirme.

Porque vivir

es renacer.

Nunca morir.

Fragmentos de ti

lunes, septiembre 8, 2025 Permalink 0

Mírame un momento, sin bajar la mirada.

No te hablo desde la prisa,

ni desde el ruido que cargamos sobre los hombros.

Te hablo desde el silencio,

sentados bajo la sombra de un árbol.

Porque a veces callar también es decir,

callar es elegir cuándo la verdad se acomoda en la piel y no lastima.

Callamos por valor, por miedo, por amor.

Callamos porque algunas palabras no caben en este mundo,

y solo el alma las reconoce.

Mientras callamos, nos descubrimos frente a nuestra propia Némesis.

Cada uno carga con la suya:

una memoria que arde, un error que lacera,

una herida que insiste en recordarnos que somos humanos.

Y sin embargo, mirarla de frente no es rendirse,

es reconocer que la cicatriz también forma parte de la victoria.

A veces pienso en una segunda oportunidad.

No la que alguien te concede,

sino la que uno se otorga a sí mismo.

Ese instante en que decides decir:

“Esta vez me perdono.

Esta vez me abrazo.

Esta vez camino libre.”

Porque nadie devuelve lo perdido,

pero siempre podemos volver a darnos lo que merecemos.

En ese gesto íntimo encuentro mi hogar.

No un lugar con paredes y cerrojos,

sino el refugio que se construye dentro:

el aroma de quien te abrazó cuando más lo necesitabas,

el eco de una risa que te salvó un día entero,

una caricia que aún vive en la memoria,

como si el tiempo no pudiera borrarla.

Ese hogar hecho de fragmentos de ti,

que nada ni nadie puede arrebatar.

Herencias invisibles también nos habitan:

los gestos heredados,

las maneras de mirar,

los silencios,

las penitencias que repetimos sin saber por qué.

Y en ese tránsito, tenemos la tarea de pulir,

de limpiar,

de entregar a otros el trigo sin la cizaña,

para que quienes nos sigan encuentren algo más claro,

más digno, más suyo.

Todo esto lo pienso aquí, contigo en el centro de mi mirada.

Porque este tiempo, aunque prestado, es nuestro.

No nos lo dieron para guardarlo,

sino para vivirlo, abrazarlo, compartirlo.

Para hacerlo círculo.

Para reconocernos dentro de él.

Si algo enseña este árbol bajo el que nos sentamos,

es que el silencio puede ser más dulce que cualquier palabra,

que una segunda oportunidad cabe en cualquier alma valiente,

que un hogar verdadero se lleva adentro,

que las herencias invisibles laten como un pulso en la muñeca,

y que el tiempo prestado no es un aviso de fin…

es una invitación a disfrutarlo todo.

Así que mírame un instante más.

No porque busque respuesta,

sino porque quiero que sepas que, en esta vida,

vives dentro de mi círculo.

Y ya resuena como nuestro.

Amar es esto:

un acto intenso en sí mismo,

limpio,

que no necesita promesas eternas,

sino la certeza de que hoy, ahora,

soy tuyo y eres mía,

y que en ese círculo de entrega cabe un mundo entero.

Es la forma más luminosa de ser.

Historias inacabadas

domingo, agosto 31, 2025 Permalink 0

Somos historias inacabadas.

Ni el pasado es lápida, ni el futuro condena.

El pasado lo escribimos al margen,

con notas de victorias y derrotas,

con silencios que pesan tanto como los gritos.

Y el futuro, aun por pergueñar,

sigue siendo un cuaderno abierto,

un soplo que espera ser palabra

hasta el último instante en que respiremos.

Por eso, cuando te miro y pienso en lo que fuimos,

no leo tus errores ni tus aciertos,

porque el tiempo ya pasó.

Prefiero decirte buenas noches,

cerrar la puerta y, con un gesto sencillo,

recordarte que te amo una vez más.

No somos perfectos, nunca lo fuimos.

Yo sé tus caídas y tú conoces las mías.

Y, sin embargo, en esta despedida sin rencor,

solo quedan dos voluntades —dos almas—

sosteniéndose en el instante.

No hay necesidad de olvidar,

no hay obligación de perdonar:

lo vivido basta, lo vivido nos sostiene.

Así que descansa.

Déjame ser quien vele ahora tus sueños,

quien espante a los monstruos que tantas veces

tú ahuyentaste por mí.

El círculo se cierra, pero no se rompe.

La eternidad no es después:

es este momento,

este breve respiro donde aún nos decimos,

aunque en susurro,

que el amor siempre fue más fuerte que el tiempo.

Ilumina la madrugada

martes, agosto 26, 2025 Permalink 0

(Léelo con el ritmo de salsa o la canción que le acompaña)

Amo tanto tu piel curtida,

que me resulta fácil caer,

si me das tu último abrazo,

aprenderé a vivir en él.

Bajo el manto de la noche cálida,

juego con tu pelo otra vez,

y en la brisa de tu clemencia

se enciende mi amanecer.

🎶 Ilumina, ilumina la madrugada,

con el destello de tu mirada.

🎶 Ilumina, ilumina la madrugada,

cógeme la mano y ven a bailar.

Nos aprendemos palmo a palmo,

como mapa de pasión,

y en cada silencio compartido

se dibuja una canción.

Tu risa suena como campana,

tu pecho marca la percusión,

y en cada paso de la pista

se desata la emoción.

🎶 Ilumina, ilumina la madrugada…

(¡Mírala cómo brilla!)

🎶 Con el destello de tu mirada…

(Se prende la vida mía.)

🎶 Ilumina, ilumina la madrugada…

(Ven, que la rumba no termina.)

🎶 Cógeme la mano y ven a bailar…

(Que la salsa nos domina.)

Baila conmigo, que la vida es corta,

sueña conmigo, que la noche explota.

Baila conmigo, que la vida es corta,

sueña conmigo, que la salsa brota.

🎶 Ilumina, ilumina la madrugada,

que el amor nos lleva en oleadas…

🎶 Ilumina, ilumina la madrugada,

cógeme la mano y ven a bailar.

Canto a lo que salva

miércoles, agosto 20, 2025 Permalink 0

Hay quienes miran sin ver,

escuchan sin oír,

se acercan para tomar.

Pero nosotros —los que elegimos la ternura—

sabemos que lo verdadero no se arranca:

se ofrece.

El cuidado es la raíz

que no precisa cadenas para sostener.

Se da como el agua,

que nunca pide a la sed explicaciones

para calmarla.

La transparencia es la música

que abre las puertas de un corazón sin miedo.

No hay cálculo en la palabra que ama,

solo un pulso claro,

un decir que no oculta,

una verdad que no se esconde tras disfraces.

La generosidad es la llama

que no se consume con lo que entrega.

Cuanto más se reparte, más crece;

cuanto más se da, más arde.

Y en su fulgor, aprendemos

que el yo se enriquece

cuando se atreve a volverse nosotros.

El amor, en su forma más honda,

no es estrategia,

no es conquista,

no es teatro.

Es quietud que acoge,

es abrazo que cobija,

es futuro que se susurra a dos voces.

Y así, en cada gesto sencillo —

una mirada compartida,

un silencio acompañado,

un recuerdo que se guarda juntos—

se edifica el mundo que resiste:

el que no necesita máscara

porque ya se ha hecho verdad.

Al fin y al cabo:

”La creación no se fuerza: se insinúa.

Es el instante quien la regala,

y el tiempo quien la ordena.

Lo nuestro es apenas una propuesta,

un gesto de confianza,

un silencio que medita y espera”.

Quiero necesitarte

domingo, agosto 17, 2025 Permalink 2

Quiero descifrar la risa,

el secreto en tu mirada,

donde el mundo se deshace

y la herida se hace clara.

Quiero beber de tus lágrimas,

la memoria que desata,

un perfume que me envuelve,

un misterio que me abraza.

Quiero sentir tu fiebre,

tu instinto violento y sutil,

quitarte la máscara lenta

y mirarme en ti.

Ceñirme a tu piel como un manto,

alimentar con miel mi ansiedad,

y en la hierba, en la tarde, en el alba,

volver a empezar.

Tus relámpagos me llaman,

son tatuajes en mis venas,

cada roce, cada sombra,

una historia que me quema.

Quiero el aire que me nombra,

la caricia que desvela,

la raíz de tu ternura,

el instinto que me espera.

Quiero sentir tu fiebre,

tu instinto violento y sutil,

quitarte la máscara lenta

y mirarme en ti.

Ceñirme a tu piel como un manto,

alimentar con miel mi ansiedad,

y en la hierba, en la tarde, en el alba,

volver a empezar.

Cuando lo logre,

volveré a mi cuna,

esa que dejé temblando

cuando el mundo me empujaba.

Y escucharé las voces

que llegan como plegaria,

no para herirme,

sino para amarte en calma.

Quiero sentir tu fiebre,

tu instinto violento y sutil,

quitarte la máscara lenta

y mirarme en ti.

Ceñirme a tu piel como un manto,

alimentar con miel mi ansiedad,

y en la hierba, en la tarde, en el alba,

volver a empezar.

Fragmentos de ti

jueves, agosto 14, 2025 Permalink 0

Mírame un momento, sin bajar la mirada.

No te hablo desde la prisa, ni desde el ruido que llevamos sobre los hombros.

Te hablo desde el silencio, sentados bajo la sombra de un árbol.

Porque a veces, callar es también decir algo;

callar es elegir cuándo la verdad se acomoda en la piel y no lastima.

Callamos por valor, por miedo, por amor.

Callamos porque algunas palabras no caben en este mundo,

tan solo en el alma.

Mientras callamos, nos descubrimos frente a nuestra propia Némesis.

Cada uno carga con una: una memoria que arde, un error que lacera la mirada.

La buscamos, no porque queramos abrazarla, sino porque necesitamos saber que existe,

que está ahí, detrás, recordándonos que somos humanos,

que no hay victoria limpia sin cicatriz.

A veces pienso en una segunda oportunidad.

No la que alguien te concede, sino la que uno se otorga a sí mismo.

Ese momento en el que te dices:

“Esta vez, voy a caminar libre.

Esta vez, me perdono.

Esta vez, me abrazo a mí mismo.”

Porque nadie puede devolvernos la oportunidad perdida…

pero siempre podemos darnos una nueva.

En ese acto de reconciliación, encuentro mi hogar.

No un sitio con paredes y cerrojos,

sino ese lugar que se nutre dentro:

el aroma de quien te abrazó fuerte cuando más lo necesitabas,

el eco de una risa que te salvó una vida entera,

una caricia en la memoria que sigue viva cuando acunas los ojos.

Ese hogar que nada ni nadie puede arrebatarte

porque está hecho con fragmentos de ti.

Luego están esas cosas invisibles que heredamos:

los gestos, las maneras de mirar, los silencios,

las penitencias que no sabemos por qué cantamos.

Herencias que no pesan, pero moldean;

que no se tocan, pero se sienten.

Tenemos el deber de limpiarlas, de pulirlas,

de pasar a otros el trigo sin la incómoda cizaña,

para que quienes nos sigan reciban algo mejor de lo que nos encontramos.

Todo esto lo pienso aquí, contigo en el centro de mi mirada.

Porque este tiempo, aunque prestado, es mío.

No me lo he creado para guardarlo en un cajón,

sino para que lo viva, lo abrace, lo comparta,

para que lo convierta en círculo y te invite a vivir dentro.

Si algo nos enseña este árbol bajo el que hoy nos sentamos,

es que el silencio puede ser más dulce que cualquier palabra,

que una segunda oportunidad siempre cabe en el alma valiente,

que un hogar puede ser un rescoldo palpitante,

que las herencias invisibles son tan reales como el pulso en la muñeca,

y que el tiempo prestado no es un aviso de fin…

es una invitación a disfrutar.

Y quizá —en este instante suspendido— la vida se comprima entera:

todo el pasado y todo el porvenir latiendo en el mismo pulso,

como si los siglos se plegaran sobre sí mismos para caber en una mirada.

Somos la eternidad, pero nuestros sentidos dibujan fronteras ilusorias;

nos hacen creer que somos dueños del tiempo,

cuando apenas lo rozamos con la yema de los dedos.

Este momento no es una pausa ni un intervalo:

es un lugar sagrado, un temblor que sostiene lo que fuimos

y anuncia lo que seremos,

sin promesas ni advertencias,

solo con la certeza de que aquí estamos, respirando.

Y entonces comprendo que no hay otro refugio,

no hay otro templo,

sino el único lugar donde la eternidad se deja tocar

antes de volverse etérea.

Cuando el alma entiende los ciclos

lunes, agosto 11, 2025 Permalink 0

Hay amores que se construyen como jardines secretos:

antes de ofrecer la flor, siembran la raíz en la oscuridad.

Quien quiere abrazar para siempre,

antes deja que el otro respire solo.

Quien desea proteger,

primero le enseña al otro a sostener su propio peso.

Así funcionan los afectos que no se rompen:

no se imponen, sino que se preparan como la tierra antes de la siembra.

Se fortalecen incluso en la aparente distancia,

se levantan antes de que llegue la tormenta,

y se dan antes de reclamar lo que se sueña recibir.

En las relaciones verdaderas, lo tierno vence a lo sólido.

La piel que acaricia sabe más de resistencia que el acero que golpea.

Las miradas que esperan son más implacables que las que exigen.

El silencio que escucha puede quebrar muros

que la palabra no sabe derribar.

El corazón aprende que no todo se expone.

No todas las joyas del alma pueden colgarse al sol

sin riesgo de que alguien robe su brillo.

El amor también sabe esconder sus objetos más valiosos

en la profundidad de sus aguas,

donde sólo entra quien se ha ganado el derecho de bucear sin miedo.

Amar, al final, es comprender que la vida se mueve como las mareas:

lo que se aleja no siempre se pierde,

y lo que vuelve lo hace distinto, pero más nuestro.

Es el arte de contraer para extender,

de dar para recibir,

de guardar para preservar.

Y en ese vaivén,

entre el roce de las espinas y la promesa de los pétalos,

aprendemos que el misterio no está en poseer,

sino en sostener con ternura

aquello que, en cualquier momento, podría volar.