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Imagen: Mehmet Ozgur
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Recuerdo el temor de mi infancia a ser abandonado.
Seguramente irreal en la mente de mis padres.
Pero una seria posibilidad al castigo de unos actos
unas veces corregidos y muchos más incomprendidos.
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Vas contando taciturnas noches en vela
esperando a que el hecho de ser adulto
mitigue los fantasmas, con el poder controlado
de la entrega, el compromiso o la esquiva razón.
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Hoy me siento un alma inconsolablemente abatida.
Ni tan siquiera los “te quiero” devuelven un eco.
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El orgullo es una razón que ciega el alma
mientras, al galope, la ilusión se nos escapa.
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Hola soledad, vieja amiga.
Aférrate al humo del cigarro
y baila en silencio por la habitación
con la densa tristeza que nos arrastra.
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