Nací de tu sombra. Del resto de tu presencia. De tu otra mitad. De la añoranza.
Ya no eres hambre. Eres sazón. La palabra justa. La caricia. Más que un deseo.
La vida. La sonrisa. El tiempo. Entre vértices, dos rectas. Sobre blanco, dos trazos.
Bajo el manto, luce el rojo. Sobre la luz, un espejo. Suspendida en el aire, la distancia.
Bajo el aplomo del pincel, el lienzo. En el pretil de mi calle, el sonido de tus piernas.
En el columpio de tu vida, en ese pequeño espacio, se balancea la mía.
Cuadrículas desordenadas. Luminosidad suspendida. Rectas que derivan.
Paredes de papel. Manos enjabonadas. Ofidios bífidos. Alas centrípetas.
Escaleras de caracol. Desordenas mi mente. La conviertes en papel.
Emponzoñas mis entrañas. Las sepultas en cal. Aletean al viento. .
Llevo unos días obsesionado con tus labios.
Ahí están. Tratando de vivir al margen del aire.
Tu mente grita guerra y tu cuerpo paz.
Son amplios. Colmados de surcos.
De cada palabra compartida,
y no correspondida.
Restos de mil colores cuasi tatuados.
Y no han perdido su esponjosidad.
Con su pátina salada de ausencias.
Hoy son míos. Sonríen. Les sonrío.
Has conseguido tal grado de perfección
que con cada beso que me entregas
substraes gran parte de mi razón.