Imagen: El divorcio de mi amiga.
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Tu cara hurtada de luz y tus labios arrebatados de aire.
Soñabas con juncos a la deriva en un desierto encubierto.
La vigilia de un desconsuelo que nació fugaz y duró eterno.
Escamas que, hace mucho, perdieron su alma de lentejuela.
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No recueras cuando la seda se volvió esparto.
O cuando lo tacones dejaron de cabalgar la noche.
Solo recuerdas cristal regado de alcohol barato.
Y canciones raídas de tanto repetirlas sin público.
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Todo comenzó con un grito. O tal vez terminó.
Tus caderas ya no giran desafiando la gravedad.
No te esperan en la cama con las botas calzadas de espuela.
Si acaso un bote de sopa en polvo junto al microondas.
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Viviste tiempos mejores. Y peores.
Pero sucumbiste a la urgencia.
A la pereza ante la lucha.
A disfrazarte y actuar.
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Y así, poco a poco,
tu alma y tu mente
se divorciaron
de forma irreconciliable.
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Una emigró para no venderse por una visa.
La otra enloqueció de tal manera que lloraba
Cuando aun tenía fuerza suficiente
para mirarse por mañana en el espejo.
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Cien campanas tañen tu nombre.
Y tan solo se descifra el metal
con el que tu corazón esculpió
el último beso devuelto.