Somos aprendices de un frenético trovador.
Compulsos sentimientos a ritmo de bolero.
Criados por una generación que bailaba agarrada.
Tal vez por miedo a perderla, tal vez por miedo a perderse.
Era importante que todo pasara. Que los caminos se abrieran bajo los pies.
O que aprendiéramos a caminar sobre la espuma y la sal del atlántico.
Lo que si teníamos claro es que la gloria era efímera como un beso robado.
Canciones con ritmo de caderas, brazos al viento sobre costados ardientes.
Sutilezas que fueran capaces de transportarnos por la mismísima ingravidez.
Pinturas de guerra con tonos pastel, aliñadas con el dulce perfume de la piel.
Techos de cielo oscuro jaspeadas de estrellas tintineantes y quebradizas.
Huellas polvorientas glorificadas sobre la piel de tu vientre seductor.
Visas y licencias para caminar sin mirar atrás, cogidos de la mano.
Nada que pueda limitar las ganas de revolotear entre las nubes.
Verdades que te alejan de una prisión bordada de flores cortadas.
Risas irreprimibles bajo el manto chispeante de una estrella fugaz.