Gracias.
Por no dejar que me ahogue con mi propia vida.
Por escuchar pacientemente cuando ni yo sé lo que quiero.
Cuando los botones se desordenan y sonríes mientras te acercas.
Por esperar por mis papeles garabateados de vida y locura.
Gracias.
Por las minucias que dan fruto al despertarme, aun de noche.
Por cambiar tu respiración por la mía hasta que se acompasa.
Por tus manos mansas y cálidas que contienen, al menos, dos mundos.
Por ser mi centro de gravedad y el reflejo nítido de mis oraciones.
Gracias.
Por la satisfacción del perdón recibido y nunca solicitado.
Por cerrarme en tu círculo al borde del mar con el pliegue de sus olas.
Por la ausencia de secretos y la memoria henchida de felicidad.
Gracias.