Incendiando sombras

miércoles, diciembre 19, 2012 Permalink 0

Camino por la vida
con bolsillos repletos
de añejas canicas
y rodillas raídas.

Nunca cuento lo que poseo.
Vivo y me permite un poco más.
Tampoco soy miserable,
y comparto hasta las ilusiones.

No siempre he seleccionado
la mejor compañía posible.
Pero he tenido arrestos
para librarme de ellos.

A veces me sorprende
tanta confianza.
Tanta fuerza para reemprender.
Pero es la esencia de mi vida.

Adoro los camaleones.
Su adaptabilidad.
Su aparente frialdad
al encarar tu presencia.

Estoy contento.
Vivo, sueño.
Sonrío a diario.
Sin gota de miedo.

Aprendimos a soñar bajo la lluvia
con rumbo directo hacia la nada.
Y a regresar de puntillas
ya bien entrada la madrugada.

A veces me siento tan poca cosa
que soy capaz de dormir en tu bolsillo.
A orillas de una canción.
y en baja voz.

La corte cerúlea que nos aboveda
da ganas de asirse a una cometa.
Retozar entre nubes albinas
y no para de sonreír.

Ruedan gotas de rocío sobre la palma de mi mano.
Una sensación de vergel explosivo que fecunda.
Un tintineo en mi cabeza, semejante a la locura.
Una oscuridad que da paso a un tocado de luna.

Hace tiempo que no miro atrás.
Que cerré el camino de retorno.
Nada me ata mas allá
de donde quiero ir.

He llagado a mi orilla.
Es tiempo de descubrir
nuevos mundos.
Olimpos del corazón.

Partí de mi patria chica
cuando comprendí
que soy estandarte
de tan solo una columna.
Los colores de la noche crepitan
de manera casi imperceptible.

Los valles sagrados emanan
pálpitos de intensidad insólita.

La armonía de este complejo de estrellas
que llamamos habitualmente vida,
se arremolina en constelaciones
de coloración concéntrica.

Nada es palpable.
Pero tampoco efímero.
Aunque si,
oscilante.

No poseo.
Comparto.
No pienso.
Disfruto.

Rosas, orgullosamente solitarias,
sobre arcaica maceta roja.
Llenaste de cielo invernal
la sombra de la hoja del limonero.

Atrás dejaste la puerta abierta
con la casa llena de tierra húmeda
que tatuaba tu impronunciable nombre
sobre el vaho de los espejos del baño.

No hay soledad
en el agua de mar
ni armarios vacíos
para sueños olvidados.

Allí donde se posa
la huella táctil del deseo.
Perpetúa un tatuaje
incrustado a fuego.

Me dejo en tus manos.
Una vez encontrada,
¡Guíame!
Aviva este último rescoldo.

Elige trozos de piel
aún inexplorados.
Deja sobre ellos indeleble
el aroma del roce de tu cuerpo.

No me pidas nada a cambio.
Disfrútame como soy.
Sin ambigüedades.
Sin condición.


Soy incondicional, a cambio
que te sientas libre.
Si estoy contigo
es porque no quiero otra opción.

No hay papel que soporte
la intensidad de mis palabras.
Cuando mis labios te buscan.
O crepita tu piel.

No necesito miedos
para cobijarme en ti.
Solo un leve pensamiento
y un reflejo fiel.

Me encanta
como te infiltras suave
y parsimoniosamente
entre mi piel.
Me erizas
tan solo
pensándome.

Tu mirada.

Tu gesto.

Tu intensidad.

Confluyes
sobre mi .
y me haces estallar
en mil pedazos.

Que intensidad.
Y ganas.
De calmar las palabras
que envenenan tu boca.

Un beso largo
que silencie tu corazón.
Herido desde siempre.
Prisionero desde ahora.


Que ilusión me hace
calmar tu piel con la mía
Desgranar versos
sobre tu vientre.



Mientras tanto,
mis manos recorren
enloquecidas sortijas
que heredaste como Eva.

Que desperdicio la distancia.
La saliva perdida lejos de tu cuerpo.
La nostalgia huérfana de almohada.
El ronroneo de tu respiración al costado.

Que ilusión.
Soñar que me sueñas.
Que me tocas.
Que me entrego.

Que te entregas.
Te sueño delicada.
Sembrada de corcheas
Y caderas cimbreantes
preñadas de palabra.

Te observo dormida.
Abrazada a la almohada.
Dominando la vida.
Ensoñaciones creadas.

Dos cuerpos a lo largo
de nuestra cálida cama.
Unidos por un momento.
ávido de miel eterna.

Cogí tu mano.
Y te invite a bailar.

No hiciste comentario alguno.

Rodeaste mi cuello con tus brazos.
Pegaste tu cuerpo al mío.
Depositaste tus blandos labios
en la base de mi cuello.

Mis manos,
como en la vieja canción,
rodeaban tu cintura
de camino a todos lados.

No duró más de un minuto,
y cinco vueltas concéntricas.
Suficiente para entender
la atracción del sol y la tierra.

Gracias.
Por gravitar en mí orbita
mientras aprovecho
y me instalo en la tuya.

No hay secreto en las relaciones.
Entregas.
Aceptas.
Recibes.

Tampoco lo hay en los momentos.
Amas.
Sonríes.
Lloras.

Ni tan si quiera en los espacios.
El tuyo.
El mío.
El nuestro.

Al final somos uno cuando coincidimos.
Luego vuelas a tu nido y sigues viviendo.
Y mientras tanto trato de llenar el cielo
de serpentinas incipientes de color.

Nno somos seres creados hoy.
Ni lo suficientemente llenos de futuro.
Ni vacios de contenido.

Hoy la electricidad del deseo rompe la noche.
Mañana la libertad resistirá a flor de piel.

Me ilumina admirarte.
Pensando como robar
un beso que se escapa
entre risas y sorpresa.

Soy capaz de escuchar castaños oscilando bajo la bruma.
Sentimientos ondeando sobre la espuma de las olas.
Nubes que se balancean entre rosa y esmeralda.
Perlas nacaradas cuya pátina no envidia al mismo cielo.

Es un prodigio.
Un lujo exclusivo.
Materializar estos sueños
sobre la seda de tu piel.

Un reino sin estandarte.
Sin fronteras o limitaciones.
Más allá de una mirada franca
y una desmedida ternura.

Siento la lucidez del alba.
La mansa calidez
del sol de invierno.


Transitemos sendas paralelas,
equidistantes de dos corazones.
Que se llaman separados en el tiempo
y confluyen en las orillas del viento.
Envuelto en esta sinfonía

de percepciones ínfimas.
Casi imperceptibles
más allá de un instante.

Envuelto en ese mundo mágico
donde eres el centro del universo.
Sensaciones entroncadas
en tierra de franca promesa.

Renuncio a mi patria
para reinar en la tuya.
Compartir un horizonte.
Una mañana en ciernes.
Azul –casi gris- en el cielo,
dorado intenso el pensamiento,
labios grana, dulces y perfilados,
Manos de dócil marfil.

Un paisaje de otoño
cruza tu frente,
mientras el níveo cabello
remarca tu distinción.

Declina el sol su intensidad,
el aroma fresco de la hierba
va contagiando el ocaso
de una serena penumbra.

Haré de la añoranza
ovillos de patria chica,
declaro conquistada tu alma
y la mía, condenada.

No hay premio sin riego.
Ni ilusiones anudadas a un globo.
Hay nubes de quita y pon.
Rayos de sol que incendian sombras.