¡Qué difícil es caminar con la mochila vacía!
Llegar al final de camino de baldosas amarillas
y volver a verte con la inquebrantable soledad.
Mirar a Dios a la cara y llenar tu rostro de lágrimas.
Danzar con los malditos silencios sin melodía alguna.
Jugar con la traicionera psicología inversa,
que convierte vacío en ausencia con suma habilidad.
No se trata de adornar los recuerdos con harmonía.
Ni de añorar un pasado infeliz al uso.
Se trata de un grito ahogado e inconcluso, nunca llenado.
La ausencia de la ausencia. La mortalidad de lo divino.
Tendré que asumir que no estaba destinado a ser feliz.
Tendré que seguir tocando puertas y entrando a hurtadillas.
Valorar mejor lo que he conseguido y lo que tengo.
Valorar lo que te dan las personas que se acercan y te aman.
Aunque sea efímero o borrascoso. Aprender a atesorar.
Al fin y al cabo, aquello que no te dieron nunca se compensa.
Se asume y se supera como Dios te dé a entender.
Se camina y se añora, sin tratar de sustituir emociones.
Cargar esa maldita mochila y sonreír,
mientras alguien te coge de la mano.