Malditos roedores

domingo, septiembre 25, 2011 Permalink 0


Imagen: Valentín Román



Tras la palmera del jardín aun se escuchan las palabras atropelladas del verano infantil.

El pelo rebujado, las rodillas en carne viva, los ojos como platos y por escuda, la sonrisa.

Los tomates, naranjas y pelotas probaban continuamente el principio de Arquímedes.

Y los peces del pequeño estanque no sabían si esconderse o empezar a salpicar a mansalva.



No fui del todo feliz, ni deje de serlo. Mis hermanos. Mis amigos. El perro del vecino.

Todos éramos uno. Desde el bordillo de la acera a los inmensos ríos de barro del invierno.

Un balón era el centro del universo. De reglamento, eso era ya otra historia. Y para nota.

Los trompos volaban. Las bicicletas en chasis. Las espadas de madera y el corazón de papel.



Nunca tuve uniforme. El colegio era de pago pero no tanto.

Tenía un par de pantalones de domingo unas botas de futbol y dos pares de zapatos.

Cada miércoles mi tía traía caramelos y merengues y por un minuto había fiesta asegurada.

Olía todo el zaguán a cocina. A pollo con papas y zanahorias, canelones y croquetas.



Hoy mi barrio es silente.

Hasta los perros son mal mirados si ladran.

Y si quiero cantar no tarda alguien más de dos minutos en tocar a la puerta.

¿Dónde está el Capitán Trueno para que me libere de esta miseria?



Cielos.

Olvide el código secreto para llamarle.

Malditos roedores.

Esto es todo amigos.