Me inundan los tiempos pretéritos donde una nana era una declaración de ternura.
Nada presagiaba que un día volaran desde a cuna hasta un futuro propio.
Aquellos rayos de sol que acariciaban la piel hasta el extremo de un escalofrío.
Cuando un llanto se paraba bajo una manta y un soplo en el remolino del pelo.
O cuando la risa era el refrescante soplo por el que surcaban mares de sonrisas.
Recuerdo conversaciones ingenuas donde trataba de calmarlos de un mal sueño.
Una pelota que rebotaba en paredes y techo a modo de tañido de campanas.
Cómplices susurros para calmar el escozor de una caída sobre las raídas rodillas.
Colores sin ton ni son sobre el lienzo de mi cara mientras tronaban las risas.
Novedades y regalos que les abría los ojos de par en par y el silencio hablaba.
Navidades y reyes en los que la serpiente de color solo era superada por la ilusión.
Un beso bajo el cuello haciendo pedorretas hasta que la felicidad podías tocarla.
Ilusiones creadas a golpe de cariño. Juegos interminables desde el alba al atardecer.
Siestas veladas por el mismísimo Superman, hábilmente colocado en la cabecera.
Largas horas de espera para ayudar al ratoncito Pérez a cumplir sus deseos.
Cenas de polvorones, agua y peladillas mientras contabas los regalos del día de reyes.
El despertar a su mente como un lienzo en el que cada trazo sería un recuerdo.
Paseos por el jardín cogidos de la mano, con una ternura insuperable siguiéndonos.
Interminables carreras alrededor de la mesa del comedor como pillos descontrolados.
Abrazos interminables, besos improvisados, caricias furtivas, redescubriendo el amor.
Un regalo de la vida que te hacía llorar de emoción mientras dabas gracias a Dios.
El primer día de clase, la alegría de los nuevos amigos y la tristeza de los que se iban.
Los relatos de sus historias, lo que aprendían. Como se sumergían en su propia vida.
Los consejos para que no se disparataran mas allá del borde de cualquier peligro.
Los esfuerzos, tal vez excesivos, para que no les faltara nada ni se preocuparan.
La batalla del baño con espuma y el tiritar al envolverlos en la toalla inquietos.
Como creábamos cuentos a partir de dos palabras inconexas y mucha imaginación.
La mirada perdida cuando les cantabas un arrorró y se iban durmiendo de a poco.
Cuando la comida se repartía entre el plato, las mejillas y desparramaba por la mesa.
Su lengua de trapo, sus “palabros”, sus palmadas cómplices cuando ganaban.
Como buscaba parecidos en sus ojitos, su mirada o en su modo de expresarse.
Sus gestos agarrando todo lo que había a su alrededor sin compasión alguna.
Como miraba el calendario de reojo para tratar de retrasar sus cumpleaños.
Los esfuerzos para adaptarme a su propia madurez y no quitarles espacio.
Tiempos regalados que nunca agradeces los suficiente pero disfrutas para siempre.