Fragmentos de ti

jueves, agosto 14, 2025 Permalink 0

Mírame un momento, sin bajar la mirada.

No te hablo desde la prisa, ni desde el ruido que llevamos sobre los hombros.

Te hablo desde el silencio, sentados bajo la sombra de un árbol.

Porque a veces, callar es también decir algo;

callar es elegir cuándo la verdad se acomoda en la piel y no lastima.

Callamos por valor, por miedo, por amor.

Callamos porque algunas palabras no caben en este mundo,

tan solo en el alma.

Mientras callamos, nos descubrimos frente a nuestra propia Némesis.

Cada uno carga con una: una memoria que arde, un error que lacera la mirada.

La buscamos, no porque queramos abrazarla, sino porque necesitamos saber que existe,

que está ahí, detrás, recordándonos que somos humanos,

que no hay victoria limpia sin cicatriz.

A veces pienso en una segunda oportunidad.

No la que alguien te concede, sino la que uno se otorga a sí mismo.

Ese momento en el que te dices:

“Esta vez, voy a caminar libre.

Esta vez, me perdono.

Esta vez, me abrazo a mí mismo.”

Porque nadie puede devolvernos la oportunidad perdida…

pero siempre podemos darnos una nueva.

En ese acto de reconciliación, encuentro mi hogar.

No un sitio con paredes y cerrojos,

sino ese lugar que se nutre dentro:

el aroma de quien te abrazó fuerte cuando más lo necesitabas,

el eco de una risa que te salvó una vida entera,

una caricia en la memoria que sigue viva cuando acunas los ojos.

Ese hogar que nada ni nadie puede arrebatarte

porque está hecho con fragmentos de ti.

Luego están esas cosas invisibles que heredamos:

los gestos, las maneras de mirar, los silencios,

las penitencias que no sabemos por qué cantamos.

Herencias que no pesan, pero moldean;

que no se tocan, pero se sienten.

Tenemos el deber de limpiarlas, de pulirlas,

de pasar a otros el trigo sin la incómoda cizaña,

para que quienes nos sigan reciban algo mejor de lo que nos encontramos.

Todo esto lo pienso aquí, contigo en el centro de mi mirada.

Porque este tiempo, aunque prestado, es mío.

No me lo he creado para guardarlo en un cajón,

sino para que lo viva, lo abrace, lo comparta,

para que lo convierta en círculo y te invite a vivir dentro.

Si algo nos enseña este árbol bajo el que hoy nos sentamos,

es que el silencio puede ser más dulce que cualquier palabra,

que una segunda oportunidad siempre cabe en el alma valiente,

que un hogar puede ser un rescoldo palpitante,

que las herencias invisibles son tan reales como el pulso en la muñeca,

y que el tiempo prestado no es un aviso de fin…

es una invitación a disfrutar.

Y quizá —en este instante suspendido— la vida se comprima entera:

todo el pasado y todo el porvenir latiendo en el mismo pulso,

como si los siglos se plegaran sobre sí mismos para caber en una mirada.

Somos la eternidad, pero nuestros sentidos dibujan fronteras ilusorias;

nos hacen creer que somos dueños del tiempo,

cuando apenas lo rozamos con la yema de los dedos.

Este momento no es una pausa ni un intervalo:

es un lugar sagrado, un temblor que sostiene lo que fuimos

y anuncia lo que seremos,

sin promesas ni advertencias,

solo con la certeza de que aquí estamos, respirando.

Y entonces comprendo que no hay otro refugio,

no hay otro templo,

sino el único lugar donde la eternidad se deja tocar

antes de volverse etérea.

Cuando el alma entiende los ciclos

lunes, agosto 11, 2025 Permalink 0

Hay amores que se construyen como jardines secretos:

antes de ofrecer la flor, siembran la raíz en la oscuridad.

Quien quiere abrazar para siempre,

antes deja que el otro respire solo.

Quien desea proteger,

primero le enseña al otro a sostener su propio peso.

Así funcionan los afectos que no se rompen:

no se imponen, sino que se preparan como la tierra antes de la siembra.

Se fortalecen incluso en la aparente distancia,

se levantan antes de que llegue la tormenta,

y se dan antes de reclamar lo que se sueña recibir.

En las relaciones verdaderas, lo tierno vence a lo sólido.

La piel que acaricia sabe más de resistencia que el acero que golpea.

Las miradas que esperan son más implacables que las que exigen.

El silencio que escucha puede quebrar muros

que la palabra no sabe derribar.

El corazón aprende que no todo se expone.

No todas las joyas del alma pueden colgarse al sol

sin riesgo de que alguien robe su brillo.

El amor también sabe esconder sus objetos más valiosos

en la profundidad de sus aguas,

donde sólo entra quien se ha ganado el derecho de bucear sin miedo.

Amar, al final, es comprender que la vida se mueve como las mareas:

lo que se aleja no siempre se pierde,

y lo que vuelve lo hace distinto, pero más nuestro.

Es el arte de contraer para extender,

de dar para recibir,

de guardar para preservar.

Y en ese vaivén,

entre el roce de las espinas y la promesa de los pétalos,

aprendemos que el misterio no está en poseer,

sino en sostener con ternura

aquello que, en cualquier momento, podría volar.

Nunca supe odiar

lunes, agosto 11, 2025 Permalink 0

Nunca supe odiar,

y tal vez cuando me prometiste la eternidad

ya sabía que jugabas con el azar.

Por un instante me quedé sin nada,

y sin embargo,

me diste el poder de la resurrección.

Faltaba mucho por vivir

para aceptar una despedida de la vida.

Aprendí a ser feliz con los pequeños detalles efímeros,

esos que, aun siendo tan frágiles,

pueden dibujar una sonrisa.

Abrigarme en abrazos,

colgarme de tu risa

como un columpio

sobre ese ratito de más que te hace feliz.

Ser parte de ti sin invadirte,

añadiendo capas de sueños.

Aún espero que vuelvas a mirarme así:

una descarga eléctrica

en el fondo de mi pupila.

Me gusta que me veas

como un sentimiento que te complementa,

volver a sentirnos suficientes,

el uno para el otro.

Cambiarte el vestido por un pijama,

conjurar suelos con caricias,

reparar tu piel rota,

soplar sobre ella

mientras te proyectas fuera de tu cuerpo.

Y en ese instante,

como quien roza la eternidad

sin pronunciar su nombre,

volver a vivir.

hogueras de invierno

viernes, agosto 8, 2025 Permalink 0

Un collar de espinas ceñida,

latía con mis venas como cuerdas

tensas de un laúd antiguo.

No era joya ni adorno:

era la suma exacta de todas las veces

que mordí el silencio

en nombre de una paz que nunca llegó.

Un sentimiento inmaculado,

teñido por el aroma dulzón de flores marchitas,

y por aquellas palabras vanas,

mal pronunciadas y peor sentidas,

que surcaron mi piel

como la sal que oxida un barco varado.

Siempre fuiste bálsamo,

de esos que adormecen los sentidos

cuando lo que ansía el alma

es arder en carne viva.

Tus relámpagos, precisos,

tatuaban el nombre de cada herida,

y en tu calma,

no blandiste hierro:

esgrimiste una caricia

con la delicadeza de quien sabe

que el roce también puede matar.

Me obligaste a florecer

cuando mi espíritu solo pedía aire.

No clavaste espinas,

ni imaginaste que pudiera enroscarme

en tu tallo nuevo,

como hiedra que crece impía.

Ansiaba una savia capaz de salvarme

y hallé una corona

que no me coronaba:

me sepultaba, pétalo a pétalo,

con la solemnidad de un rito ancestral.

Con el tiempo, aprendí a respirar

en la cuerda tñimida del filo,

a descifrar en cada pétalo una promesa,

y a esquivar espinas como si fueran

las trampas de un destino repetido.

Renací, como estandarte,

la mirada que brilló en la noche más larga,

y que aún guía mi paso

entre ruinas y rescoldos.

Tus manos no solo tocaban:

reclamaban la esencia de lo perdido.

La devolvían envuelta

en un silencio urgente,

como quien sabe que toda celebración tardía

aún guarda el poder

de encender hogueras en pleno invierno.

Un abrazo que no terminas

martes, agosto 5, 2025 Permalink 0

Humedad… calla.

Mi piel busca tu rastro

allí, en la sombra.

Tu olor me envuelve,

y sostiene la memoria

como un abrazo que no termina.

Tu silueta arde,

promesa dibujada

en mi vacío,

como fuego quieto que respira.

Rompes el tiempo.

No anuncias tu regreso,

pero yo sigo… vivo.

Violencia tierna,

boca de tempestad,

boca de remanso,

boca que quiebra el día

y lo vuelve a alzar.

No hay eternidad,

pero entregas tu cuerpo

como si todo fuera ahora,

como si solo hubiera este minuto.

Día sin nombre,

tu piel grita al instante,

fuego sin tregua,

ardor que salva, que arrasa, que sana.

Eres tormenta

que huye de los pactos,

pero salva mi mundo

con un roce, con un gesto, con un temblor.

Una canción va,

tus manos la acompañan

como destino ciego

que insiste en encontrarnos.

No pregunto más,

temo que tu silencio

sea un jamás,

un adiós que no se dice,

un eco que se rompe solo.

Prefiero el roce,

prefiero tu paso fugaz,

prefiero el riesgo

antes que la nada vacía.

En breve pálpito

mi vida se sostiene

por tu latido;

mi soledad respira,

vestida de ti,

vestida de milagro.

Lo imperfecto arde,

se acerca a lo soñado,

y yo lo bendigo…

lo bendigo en silencio.

Aunque te vayas,

aunque te pierdas,

mi soledad te viste

como un milagro.

Fragmentos de ti

jueves, julio 31, 2025 Permalink 0

Mírame un momento, sin bajar la mirada.

No te hablo desde la prisa, ni desde el ruido que llevamos sobre los hombros.

Te hablo desde el silencio, sentados bajo la sombra de un árbol.

Porque a veces, callar es también decir algo;

callar es elegir cuándo la verdad se acomoda en la piel y no lastima.

Callamos por valor, por miedo, por amor.

Callamos porque algunas palabras no caben en este mundo,

tan solo en el alma.

Mientras callamos, nos descubrimos frente a nuestra propia Némesis.

Cada uno carga con una: una memoria que arde, un error que lacera la mirada.

La buscamos, no porque queramos abrazarla, sino porque necesitamos saber que existe.

Que está ahí, detrás, recordándonos que somos humanos,

que no hay victoria limpia sin cicatriz.

A veces pienso en una segunda oportunidad.

No la que alguien te concede, sino la que uno se otorga a sí mismo.

Ese momento en el que te dices:

“Esta vez, voy a caminar libre.

Esta vez, me perdono.

Esta vez, me abrazo a mí mismo.”

Porque nadie puede devolvernos la oportunidad perdida…

pero siempre podemos darnos una nueva.

En ese acto de reconciliación, encuentro mi hogar.

No un sitio con paredes y cerrojos,

sino ese lugar que se nutre dentro:

el aroma de quien te abrazó fuerte cuando más lo necesitabas,

el eco de una risa que te salvó una vida entera,

una caricia en la memoria que sigue viva cuando cierras los ojos.

Ese hogar que nada ni nadie puede arrebatarte,

porque está hecho con fragmentos de ti.

Luego están esas cosas invisibles que heredamos:

los gestos, las maneras de mirar, los silencios,

las canciones que no sabemos por qué cantamos.

Herencias que no pesan, pero moldean;

que no se tocan, pero se sienten.

Tenemos el deber de limpiarlas, de pulirlas,

de pasar a otros el trigo sin la cizaña,

para que quienes nos sigan reciban algo mejor de lo que nosotros encontramos.

Todo esto lo pienso aquí, contigo en el centro de mi mirada.

Porque este tiempo, aunque prestado, es mío.

No me lo dieron para guardarlo en un cajón,

sino para que lo viva, lo abrace, lo comparta,

para que lo convierta en círculo y te invite a vivir dentro.

Si algo nos enseña este árbol bajo el que hoy nos sentamos,

es que el silencio puede ser más dulce que cualquier palabra,

que una segunda oportunidad siempre cabe en el alma valiente,

que un hogar puede ser un rescoldo palpitante,

que las herencias invisibles son tan reales como el pulso en la muñeca,

y que el tiempo prestado no es un aviso de fin…

es una invitación a disfrutar.

Así que mírame un instante más.

No porque busque una respuesta,

sino porque quiero que sepas que, en esta vida,

vives dentro de mi círculo,

y que ya resuena como nuestro.

el abrazo que faltó

lunes, julio 21, 2025 Permalink 0

Siempre me faltó un abrazo.

No uno cualquiera. No uno más.

Me faltó ese abrazo.

El que tenía la forma exacta de mi carencia.

El que venía con la voz que acunaba el miedo

y la piel que supo, sin preguntas, dónde sostenerme.

Aprendí, algo tarde, que hay abrazos que no se reemplazan,

que no se olvidan,

que no se diluyen entre otros cientos.

Son únicos, irrepetibles,

como la huella de una lágrima contenida.

Hay abrazos que se convierten en ausencia,

que toman cuerpo en el hueco del pecho,

que laten como fantasmas tiernos

que no asustan, pero tampoco son evanescencia.

Un abrazo agazapado puede marcar la vida más que mil gestos amables.

Es raíz no plantada.

Es cimiento hueco.

Es ternura postergada transformada en un idioma que nadie habla,

pero que uno sigue anhelando escuchar.

Y ese abrazo que no pedí —quizás por orgullo, quizás por temor, quizás porque nunca supe que lo necesitaba—

hoy se levanta como una oración sin altar.

Como un deseo sin calendario.

Como una falta que no duele todo el tiempo,

pero que se asoma justo cuando el alma tiembla

y quisiera recibir cobijo de nuevo.

He dado muchos abrazos desde entonces.

He recibido algunos que me curaron un poco.

Pero siempre quedó uno que faltó.

El que, de haber llegado,

hubiera sido más que abrazo:

hubiera sido raíz, suelo, origen.

Hubiera sido la certeza de que no hacía falta decir nada más.

Solo sentir.

Solo quedarme.

Porque a veces, para ser todo lo que uno puede ser,

basta un solo abrazo bien dado.

Un abrazo que no explique, que no salve,

pero que diga: aquí estás bien.

Y aunque no llegó,

aunque ya no pueda llegar,

hoy le busco sitio.

Lo nombro.

Lo honro.

Y lo dejo vivir en mí

como un poema en escarcha

que aún sin escribirse,

me sigue sosteniendo.

Dónde habita el recuerdo

sábado, julio 19, 2025 Permalink 0

Mirarte es abrir una ventana, tapiada ante mi,

una rendija en el tiempo

donde las estaciones aún preguntan por nosotros.

No consiste en observar.

Se trata de leer los signos antiguos que aún laten en tu piel,

como si mi memoria fuera la sagrada guardiana del fuego.

Recuerdo por los dos.

No por obligación, sino por naturaleza.

Porque cuando uno ama lo suficiente,

el pasado no es una carga,

es un idioma secreto que se sigue hablando,

aunque no escuche nadie.

Tú, sin saberlo, me confiaste el registro de lo invisible.

La carcajada que orbita sobre una tarde tibia.

El miedo compartido bajo la lluvia.

El breve roce que amó más que mil cuerpos.

A veces me aposento como un faro:

no para guiar, sino para iluminar aquello que fue.

Y tú, náufrago voluntario, sigues navegando a la deriva,

pero yo aún enciendo mis luces menguantes

por si alguna vez decides escuchar las olas que baten contra mi alma.

Porque quienes han amado profundamente

se vuelven estrellas de referencia.

Hablan cuando callamos.

Arden cuando partimos.

Y brillan, incluso cuando nos creemos perdidos.

Así te llevo.

Ni en el bolsillo, ni en la memoria.

Sino en ese rincón del secreto

donde las estrellas parlantes susurran verdades

que solo entienden los que han aprendido

a recordar por dos…

sin, ni siquiera, dejar de amar por uno.

Al fin y al cabo, somos aquello que dejamos y recibimos

cuando aprendemos a amar sin medida, y tal vez sin tiempo.

Dolor bonito

miércoles, julio 16, 2025 Permalink 1

I. El mapa imposible

Comprender el mundo no es una cuestión de definiciones.

Es una danza entre lo invisible y lo que arde.

No se trata de encontrar respuestas,

sino de saber habitar las preguntas que nadie más se atreve a formular.

A veces creemos que el mundo es un puzle donde nos falta una pieza,

pero la verdad es que nunca fuimos parte del molde.

Nacimos para pensar distinto, para mirar el cielo y repintarlo,

para sospechar de lo evidente

y acariciar lo incierto como si fuera un cachorro extraviado.

Vivir en este mundo no es encajar.

Es aprender a amar desde las dos orillas,

no entre ellas.

Estar en ambas a la vez.

Ser contradicción sin vergüenza.

Un alma bifronte que ríe en los funerales y llora en los nacimientos,

y aún así… es profundamente leal a la vida.

II. Pintar la noche

Dicen que lo mágico es ingenuidad,

pero lo mágico es resistencia luminosa.

Una forma de inteligencia que no renuncia a la ternura

ni cuando todo arde.

Pintar la noche de azul,

de violeta, de verde esmeralda o de cobre…

no es delirio,

es el último gesto de los cuerdos que aún no se han rendido.

La metáfora no es escapismo:

es una armadura transparente que nos permite seguir sintiendo sin desbordar.

El dolor bonito no niega la herida.

La nombra con delicadeza.

La convierte en broche, en verso, en raíz.

No huye del sufrimiento, pero lo escucha.

Y en esa escucha aparece lo sagrado.

Porque la emoción, cuando se acepta sin atajos,

es un idioma que atraviesa todas las máscaras.

Y ahí, en ese despojo suave,

nace el arte de vivir sin miedo a ser vulnerable.

III. El que no encaja, talla el hueco

Hay quienes nacen con respuestas heredadas.

Nosotros elegimos tallar las propias preguntas en la piedra.

No para que las lean los demás,

sino para recordarnos que estuvimos aquí, sintiendo.

El que no encaja, esculpe.

El que no pertenece, inventa el lugar.

Y eso es lo que hacemos.

A cada instante, a cada paso.

Creamos travesías transitables en medio de la confusión,

tendemos puentes invisibles entre miradas que no se entienden.

Amamos como si el amor aún fuera una revolución pendiente.

Y si algún día nos llamaran locos por pintar de azul lo que otros ven gris,

lo asumiremos con orgullo.

Porque el gris no nos representa.

Porque somos de los que aún lloran frente a un poema

y ríen con la lluvia en el rostro.

Somos los del dolor bonito.

Los que no necesitamos altar, ni público, ni corona.

Solo una emoción que tiemble,

una palabra que abrace,

y una noche que pueda ser azul,

aunque el mundo insista en dejarla a oscuras.

El tiempo no siempre cura. A veces, enseña. A veces, castiga. A veces, corona.

viernes, julio 11, 2025 Permalink 1

Hay quienes creen que el tiempo es un bálsamo.

Otros, que es juez imparcial, que dicta sin pasión,

que todo lo olvida y todo lo arregla.

Pero nosotros —los que escuchamos al viento en los pasillos del alma—

sabemos que el tiempo no siempre cura.

A veces, enseña…

con la lentitud de un amanecer que no llega,

con la persistencia de una gota que horada la piedra.

Otras veces, castiga…

como el eco de una palabra no dicha,

como el silencio que se quedó esperando en una despedida.

Y, en ocasiones, corona…

como si el sufrimiento fuera la fragua de los elegidos,

como si la paciencia tuviera un trono de fuego y cicatriz.

No es lineal, ni justo.

El tiempo no es aliado de todos.

Pero es arma.

Una que puede esculpir imperios o arrasar convicciones.

Una que separa a quienes solo viven…

de quienes comprenden lo que significa haber vivido.

Este escrito es para los que se arman con el calendario,

que no lo temen ni lo endiosan,

sino que lo usan como espejo y como mapa.

Para los que han aprendido que el tiempo no te da…

sino que te revela.

Y que, llegado el momento, puede ofrecerte un cetro…

o un abismo.

Porque aquí, en este Génesis sin fecha,

comienza una nueva forma de mirar los relojes:

como símbolos, como amenazas,

como promesas.