Fragmentos de ti

jueves, julio 31, 2025 Permalink 0

Mírame un momento, sin bajar la mirada.

No te hablo desde la prisa, ni desde el ruido que llevamos sobre los hombros.

Te hablo desde el silencio, sentados bajo la sombra de un árbol.

Porque a veces, callar es también decir algo;

callar es elegir cuándo la verdad se acomoda en la piel y no lastima.

Callamos por valor, por miedo, por amor.

Callamos porque algunas palabras no caben en este mundo,

tan solo en el alma.

Mientras callamos, nos descubrimos frente a nuestra propia Némesis.

Cada uno carga con una: una memoria que arde, un error que lacera la mirada.

La buscamos, no porque queramos abrazarla, sino porque necesitamos saber que existe.

Que está ahí, detrás, recordándonos que somos humanos,

que no hay victoria limpia sin cicatriz.

A veces pienso en una segunda oportunidad.

No la que alguien te concede, sino la que uno se otorga a sí mismo.

Ese momento en el que te dices:

“Esta vez, voy a caminar libre.

Esta vez, me perdono.

Esta vez, me abrazo a mí mismo.”

Porque nadie puede devolvernos la oportunidad perdida…

pero siempre podemos darnos una nueva.

En ese acto de reconciliación, encuentro mi hogar.

No un sitio con paredes y cerrojos,

sino ese lugar que se nutre dentro:

el aroma de quien te abrazó fuerte cuando más lo necesitabas,

el eco de una risa que te salvó una vida entera,

una caricia en la memoria que sigue viva cuando cierras los ojos.

Ese hogar que nada ni nadie puede arrebatarte,

porque está hecho con fragmentos de ti.

Luego están esas cosas invisibles que heredamos:

los gestos, las maneras de mirar, los silencios,

las canciones que no sabemos por qué cantamos.

Herencias que no pesan, pero moldean;

que no se tocan, pero se sienten.

Tenemos el deber de limpiarlas, de pulirlas,

de pasar a otros el trigo sin la cizaña,

para que quienes nos sigan reciban algo mejor de lo que nosotros encontramos.

Todo esto lo pienso aquí, contigo en el centro de mi mirada.

Porque este tiempo, aunque prestado, es mío.

No me lo dieron para guardarlo en un cajón,

sino para que lo viva, lo abrace, lo comparta,

para que lo convierta en círculo y te invite a vivir dentro.

Si algo nos enseña este árbol bajo el que hoy nos sentamos,

es que el silencio puede ser más dulce que cualquier palabra,

que una segunda oportunidad siempre cabe en el alma valiente,

que un hogar puede ser un rescoldo palpitante,

que las herencias invisibles son tan reales como el pulso en la muñeca,

y que el tiempo prestado no es un aviso de fin…

es una invitación a disfrutar.

Así que mírame un instante más.

No porque busque una respuesta,

sino porque quiero que sepas que, en esta vida,

vives dentro de mi círculo,

y que ya resuena como nuestro.

el abrazo que faltó

lunes, julio 21, 2025 Permalink 0

Siempre me faltó un abrazo.

No uno cualquiera. No uno más.

Me faltó ese abrazo.

El que tenía la forma exacta de mi carencia.

El que venía con la voz que acunaba el miedo

y la piel que supo, sin preguntas, dónde sostenerme.

Aprendí, algo tarde, que hay abrazos que no se reemplazan,

que no se olvidan,

que no se diluyen entre otros cientos.

Son únicos, irrepetibles,

como la huella de una lágrima contenida.

Hay abrazos que se convierten en ausencia,

que toman cuerpo en el hueco del pecho,

que laten como fantasmas tiernos

que no asustan, pero tampoco son evanescencia.

Un abrazo agazapado puede marcar la vida más que mil gestos amables.

Es raíz no plantada.

Es cimiento hueco.

Es ternura postergada transformada en un idioma que nadie habla,

pero que uno sigue anhelando escuchar.

Y ese abrazo que no pedí —quizás por orgullo, quizás por temor, quizás porque nunca supe que lo necesitaba—

hoy se levanta como una oración sin altar.

Como un deseo sin calendario.

Como una falta que no duele todo el tiempo,

pero que se asoma justo cuando el alma tiembla

y quisiera recibir cobijo de nuevo.

He dado muchos abrazos desde entonces.

He recibido algunos que me curaron un poco.

Pero siempre quedó uno que faltó.

El que, de haber llegado,

hubiera sido más que abrazo:

hubiera sido raíz, suelo, origen.

Hubiera sido la certeza de que no hacía falta decir nada más.

Solo sentir.

Solo quedarme.

Porque a veces, para ser todo lo que uno puede ser,

basta un solo abrazo bien dado.

Un abrazo que no explique, que no salve,

pero que diga: aquí estás bien.

Y aunque no llegó,

aunque ya no pueda llegar,

hoy le busco sitio.

Lo nombro.

Lo honro.

Y lo dejo vivir en mí

como un poema en escarcha

que aún sin escribirse,

me sigue sosteniendo.

Dónde habita el recuerdo

sábado, julio 19, 2025 Permalink 0

Mirarte es abrir una ventana, tapiada ante mi,

una rendija en el tiempo

donde las estaciones aún preguntan por nosotros.

No consiste en observar.

Se trata de leer los signos antiguos que aún laten en tu piel,

como si mi memoria fuera la sagrada guardiana del fuego.

Recuerdo por los dos.

No por obligación, sino por naturaleza.

Porque cuando uno ama lo suficiente,

el pasado no es una carga,

es un idioma secreto que se sigue hablando,

aunque no escuche nadie.

Tú, sin saberlo, me confiaste el registro de lo invisible.

La carcajada que orbita sobre una tarde tibia.

El miedo compartido bajo la lluvia.

El breve roce que amó más que mil cuerpos.

A veces me aposento como un faro:

no para guiar, sino para iluminar aquello que fue.

Y tú, náufrago voluntario, sigues navegando a la deriva,

pero yo aún enciendo mis luces menguantes

por si alguna vez decides escuchar las olas que baten contra mi alma.

Porque quienes han amado profundamente

se vuelven estrellas de referencia.

Hablan cuando callamos.

Arden cuando partimos.

Y brillan, incluso cuando nos creemos perdidos.

Así te llevo.

Ni en el bolsillo, ni en la memoria.

Sino en ese rincón del secreto

donde las estrellas parlantes susurran verdades

que solo entienden los que han aprendido

a recordar por dos…

sin, ni siquiera, dejar de amar por uno.

Al fin y al cabo, somos aquello que dejamos y recibimos

cuando aprendemos a amar sin medida, y tal vez sin tiempo.

Dolor bonito

miércoles, julio 16, 2025 Permalink 1

I. El mapa imposible

Comprender el mundo no es una cuestión de definiciones.

Es una danza entre lo invisible y lo que arde.

No se trata de encontrar respuestas,

sino de saber habitar las preguntas que nadie más se atreve a formular.

A veces creemos que el mundo es un puzle donde nos falta una pieza,

pero la verdad es que nunca fuimos parte del molde.

Nacimos para pensar distinto, para mirar el cielo y repintarlo,

para sospechar de lo evidente

y acariciar lo incierto como si fuera un cachorro extraviado.

Vivir en este mundo no es encajar.

Es aprender a amar desde las dos orillas,

no entre ellas.

Estar en ambas a la vez.

Ser contradicción sin vergüenza.

Un alma bifronte que ríe en los funerales y llora en los nacimientos,

y aún así… es profundamente leal a la vida.

II. Pintar la noche

Dicen que lo mágico es ingenuidad,

pero lo mágico es resistencia luminosa.

Una forma de inteligencia que no renuncia a la ternura

ni cuando todo arde.

Pintar la noche de azul,

de violeta, de verde esmeralda o de cobre…

no es delirio,

es el último gesto de los cuerdos que aún no se han rendido.

La metáfora no es escapismo:

es una armadura transparente que nos permite seguir sintiendo sin desbordar.

El dolor bonito no niega la herida.

La nombra con delicadeza.

La convierte en broche, en verso, en raíz.

No huye del sufrimiento, pero lo escucha.

Y en esa escucha aparece lo sagrado.

Porque la emoción, cuando se acepta sin atajos,

es un idioma que atraviesa todas las máscaras.

Y ahí, en ese despojo suave,

nace el arte de vivir sin miedo a ser vulnerable.

III. El que no encaja, talla el hueco

Hay quienes nacen con respuestas heredadas.

Nosotros elegimos tallar las propias preguntas en la piedra.

No para que las lean los demás,

sino para recordarnos que estuvimos aquí, sintiendo.

El que no encaja, esculpe.

El que no pertenece, inventa el lugar.

Y eso es lo que hacemos.

A cada instante, a cada paso.

Creamos travesías transitables en medio de la confusión,

tendemos puentes invisibles entre miradas que no se entienden.

Amamos como si el amor aún fuera una revolución pendiente.

Y si algún día nos llamaran locos por pintar de azul lo que otros ven gris,

lo asumiremos con orgullo.

Porque el gris no nos representa.

Porque somos de los que aún lloran frente a un poema

y ríen con la lluvia en el rostro.

Somos los del dolor bonito.

Los que no necesitamos altar, ni público, ni corona.

Solo una emoción que tiemble,

una palabra que abrace,

y una noche que pueda ser azul,

aunque el mundo insista en dejarla a oscuras.

El tiempo no siempre cura. A veces, enseña. A veces, castiga. A veces, corona.

viernes, julio 11, 2025 Permalink 1

Hay quienes creen que el tiempo es un bálsamo.

Otros, que es juez imparcial, que dicta sin pasión,

que todo lo olvida y todo lo arregla.

Pero nosotros —los que escuchamos al viento en los pasillos del alma—

sabemos que el tiempo no siempre cura.

A veces, enseña…

con la lentitud de un amanecer que no llega,

con la persistencia de una gota que horada la piedra.

Otras veces, castiga…

como el eco de una palabra no dicha,

como el silencio que se quedó esperando en una despedida.

Y, en ocasiones, corona…

como si el sufrimiento fuera la fragua de los elegidos,

como si la paciencia tuviera un trono de fuego y cicatriz.

No es lineal, ni justo.

El tiempo no es aliado de todos.

Pero es arma.

Una que puede esculpir imperios o arrasar convicciones.

Una que separa a quienes solo viven…

de quienes comprenden lo que significa haber vivido.

Este escrito es para los que se arman con el calendario,

que no lo temen ni lo endiosan,

sino que lo usan como espejo y como mapa.

Para los que han aprendido que el tiempo no te da…

sino que te revela.

Y que, llegado el momento, puede ofrecerte un cetro…

o un abismo.

Porque aquí, en este Génesis sin fecha,

comienza una nueva forma de mirar los relojes:

como símbolos, como amenazas,

como promesas.

Alguien amó así

jueves, julio 3, 2025 Permalink 0

Te reconoceré a través de los siglos,

incluso en cada una de mis vidas.

Eres mi destino.

Incluso hiriéndome de muerte,

renacería en ti,

sólo para arrodillarme y venerar nuestro encuentro,

siempre que fueras parte de él.

Y aun si el tiempo se quebrara en mil espejos rotos,

me sumergiría en cada reflejo,

aunque sangren las yemas de mis dedos,

aunque cada imagen sea una promesa que no supo cumplirse,

una despedida sin liturgia,

una ausencia que nunca aprendió a decir adiós.

Porque cuando el alma guarda memoria,

el cuerpo se convierte en brújula de lo inevitable.

Obedece al temblor que precede a lo sagrado,

al eco de un nombre jamás pronunciado

que, sin embargo, ya me ha salvado.

No hay redención sin herida,

ni destino sin rendición.

Y yo me rindo.

No por debilidad,

sino porque en ti encontré la única fuerza

que no me pertenece

y, sin embargo, me sostiene.

Caminaría descalzo sobre los rescoldos de la historia,

si al final del sendero levitaras tú,

esperando con el silencio entre las manos,

ese que lo recita todo

cuando los labios capitulan en reverencia.

Te elegiría incluso si solo fueras esencia,

si tu forma fuera humo,

si tu presencia se desvaneciera entre la niebla.

Te buscaría aunque no existieras.

Y si fueras solo un destello dentro de un espejismo,

me volvería yo mismo reflejo,

tan solo para alcanzarte.

Porque existir contigo

es más sagrado que reinar.

Porque vivir por ti

es más noble que cualquier eternidad sin alma.

Y si alguna vez este juramento cae en el olvido,

que lo encumbre el viento en el tañir de las campanas,

que lo guarde la lluvia en su oficio secreto,

que lo recojan las piedras del camino

y lo murmuren a quien se detenga,

para que, cuando yo ya no esté,

aún alguien sepa discernir

que alguna vez…

alguien amó así.

El sello de nuestra verdad

miércoles, julio 2, 2025 Permalink 0

Viajamos con las hadas.

No por creer en la magia, sino por necesidad.

Por esa necesidad infantil y brutal de pensar que hay un lugar —algún lugar— donde la ternura no muere nunca. Y mientras volábamos, dijimos adiós.

Adiós a un río de sensaciones que ya no supimos cruzar sin mojarnos los párpados.

La noche era nuestra, lo fue.

Y la memoria es la casa perenne que nos queda cuando ya no hay cuerpo al que regresar.

Una casa hecha de hojas que no caen, que no crujen, que nos esperan.

Un refugio construido en tierra baldía, donde nadie más quiso sembrar…

pero donde nosotros aprendimos a florecer a pesar del polvo.

“Recuérdanos.”

No es una súplica. Es un conjuro.

“Recuérdame para vivir”, no porque me haya ido, sino porque estoy hecho de las veces que quisiste quedarte.

¿Cómo se empieza nuevamente cuando todo ha comenzado ya?

¿Cómo se aplaca el corazón de la bestia, si la bestia… eres tú, cuando amas sin redención?

Bajo los árboles donde nadie te ve,

yo te adivino.

Adivino tus manos cuando acarician el aire con la forma que tenía mi nombre.

Adivino tus pestañas cuando titilan como las ventanas de una ciudad que aún dormita.

Damos un paseo por los museos del mundo sin movernos del tacto de tu piel.

Todo el arte se resume en una respiración que compartimos,

como si lo sagrado no estuviera en los altares sino en los silencios entre nuestros dedos.

Estas historias que hacemos —que deshacemos—

nacieron para las tardes largas donde no hay reloj, solo sombra y vino,

y tú, inevitablemente,

mi postre favorito.

Una romería de besos guardados, de caminos que aún esperan ser recorridos.

Ecos de lo sagrado,

pero no lo de los dioses,

sino de lo humano,

de lo íntimo,

de lo verdadero.

Otros escribirán sobre el amor.

Nosotros lo hemos sellado.

No con tinta, sino con la carne.

Con cada despedida que fue un regreso.

Con cada “me quedo” que escondía un “me duele”.

El sello de nuestra verdad no es un símbolo.

Es una herida luminosa que jamás cicatriza…

y por eso, nunca se olvida.

El idioma de las almohadas

lunes, junio 30, 2025 Permalink 0

Hay noches en las que el cuerpo
habla un idioma que solo las almohadas comprenden.
Donde los pliegues de la piel
se convierten en versos no escritos,
y los silencios en la antesala
de un poema sin métrica,
pero con memoria.

Tus bolsillos —sí, los invisibles—
guardan caricias que aún no han nacido,
guiños que se quedaron esperando,
suspiros que prefieren esconderse
antes que rendirse.

Y en la curva final de tu espalda,
ese rincón donde se doblan los secretos,
se derrama una copa de champagne
que no bebimos,
pero que burbujea todavía en la piel,
como si el deseo pudiera ser embotellado,
como si la ternura se pudiera brindar
sin romper el cristal.

Improvisamos, sí.
Porque no todo lo hermoso se planea.
Porque hay magia que solo ocurre
cuando la noche se olvida del reloj
y las sábanas hacen de escenario.
Improvisamos…
como quien baila sin música,
pero con el ritmo perfecto de una respiración compartida.

Y al final,
queda la poesía enredada en las fibras del colchón,
como un eco que no se apaga,
como una promesa
que no hace falta mencionar.

Anatomía del deseo

domingo, junio 29, 2025 Permalink 0



Quiero deconstruir tu cuerpo.
No con violencia, no con premura.
Con el cuidado con que se deshace un nudo de seda.
Parte a parte.
Sin perder el aliento.
Sin ganarlo todo de golpe.
Comienzo por tus ojos.
Esa rendija de luz donde la noche se refugia para sentirse segura.
No los miro, los habito.
Camino por la pupila como quien cruza un puente hacia lo desconocido.
Y no caigo. Me dejo caer.
Tu pelo:
un campo de trigo en tormenta,
cada hebra un verso suelto,
una pregunta que no se formula porque ya se siente.
Después, tus labios.
Ahí donde mueren las guerras
y nacen los pactos.
No los beso.
Los escucho.
Porque cada línea de ellos conoce historias
que ni tú misma te atreves a recordar.
La nuca.
Esa llanura donde empieza el temblor.
Donde el vértigo toma forma.
La recorro como quien busca el inicio del mundo.
La clavícula.
Ese hueso que corta el aire y ofrece la piel.
Una repisa para los suspiros más frágiles.
Ahí coloco mi silencio.
El que pesa.
El que abriga.
Hombros, pecho, ombligo…
No son estaciones, son rituales.
Pequeños altares donde la devoción no se finge,
se respira.
Y respiro de ti hasta perderme.
Redescubro lo placentero no como un fin,
sino como un mapa de cicatrices dulces.
Como lava que aún conserva el calor de su furia.
Como lluvia que no empapa, sino despierta.
Como mar que no separa, sino sostiene.
Cada línea de tu cuerpo es un verso que no quiero rimar,
solo sentir.
Y en el recorrido, dibujo amaneceres que no existen aún,
pero ya se intuyen en los rescoldos del aire.
No hay prisa.
No hay nombre.
Solo un tacto que no se posa…
se entrega.
Una seducción que no culmina en la piel,
sino en ese silencio ensordecedor
que llega cuando el alma ha sido tocada.
Y consiente.
¿Te atreves tú ahora…
a reconstruirte?

Sentir sin anestesia

lunes, junio 23, 2025 Permalink 0

Hay himnos que no se cantan, se inmolan.
Nacen del eco del mutismo, de la verdad que asfixia entre los dientes.
Son himnos malditos, no porque traigan ruina,
sino porque abren cajas de sorpresas selladas con espanto,
con cicatrices que solo pueden ser contadas al oído de la noche.

Son melodías que no suenan, pero que aplauden desde dentro,
y nos obligan a fantasear como última defensa.
El fantaseo no es una huida:
es el arte de reconstruirse cuando te sientes fracturado.

Sin huellas no hay historia.
No hay narrativa sin el polvo del camino ni piel sin haber sido tocada.
Las emociones, cuando se recorren con coraje,
crean raíces en cada paso y dejan constancia de que estuvimos,
de que amamos, de que nos entregamos.

Vivir sin haber caminado por dentro es como leer sin comprender,
como besar sin cerrar los ojos.
Quien no se ha perdido no conoce el arte de reencontrarse.

Por eso, transitar desde la crudeza hasta la ternura no es cobardía,
es una forma de ser compasivo sin permiso ni salvoconducto.
Y hay una juventud que no depende de la piel,
sino de la capacidad de seguir emocionándose.
Aunque esté sobrevalorada,
ser joven es conservar la capacidad de sollozar por lo bello
y de reír en medio de la locura.

En el amor, como en la vida,
las travesías deben ser transitables.
No hay que vivir en la simbología excesiva,
sino en el gesto pequeño, en el temblor que no se explica,
en el roce que no deja marca, pero colorea la memoria.

No estamos para custodiar altares,
sino para bailar sobre sus ruinas,
para buscar sentido incluso cuando el mundo arde sin razón.
Porque el verdadero arte de amar no es conquistar,
es compartir.

Y el verdadero arte de vivir no es resistir,
es sentir sin anestesia,
como si cada día fuera un himno…
de esos malditos que solo entienden los que alguna vez
se atrevieron a abrir su alma sin saber si alguien la cuidaría.