Un lugar para vivir… La base de tu cuello.
Uno para morir… El regazo de tu vientre.
momentos a traición.
Esos que te despiertan y,
curiosamente,
te hacen volver a soñar.
Mis manos asen tus muslos.
La justa tersura entre
la dureza extrema.
y textura de viento.
Las venas con su torrente de sangre.
Desbocada y concéntrica,
confluyen hacia un aroma
cien por cien mujer.
Recostado sobre la almohada
me incorporo a este mundo
tras una siesta a tu lado.
Descubro que soñarte, teniéndote al lado,
no tiene precio al despertar alma y cuerpo
en actual tiempo e idéntico espacio.
Aun recuerdo múltiples sensaciones
inacabadas en la esencia del delirio
y que ahora puedo culminar.
Mis manos no serán torpes.
Sabrán buscar milimétricamente
el contorno de tu piel.
Iré desgranando sueño a sueño,
y, como parte indisoluble de ellos,
potenciarás la realidad con esmero.
Me darás vida y yo entrega.
Me prestarás el brillo de tus ojos
y yo, a cambio, la intensidad de mi piel.
Así la tarde se hará larga,
y la noche corta.
Mis deseos íntimos
y tu placer inmenso.
Nací perdido bajo el temple de una cucharada de desconsuelo.
Me acostumbré a mirar la vida a través del humo de un puro.
Especiado. Ecléctico. Difuminado. Infinitamente opaco.
Intensifiqué la culpa hasta las barandillas de la entelequia.
Entendí la vida a través de fragmentos desechados por los demás.
Me indigné ante la comprensión limitada de un corazón menguante.
Buscaba acróbatas jubilados que me distrajeran por unas monedas.
Fingí anécdotas de viejas películas amontonadas en mi cabeza.
Buscando chispas en la esquina de mi alma
encontré el ardor que proyectan tus manos.
Me enseñaste a volar asido a una cometa
que revoloteaba, lejana, en círculos sobre ti.
El amor debilita los corazones e inventa finales mientras dura.
Bebes, amas y llenas tu cabeza de pájaros de camino a su final.
El amor nunca fracasa en la elección de la derrota que buscas.
Las historias solo son eternas mientras declinamos ideales
en los que pronunciamos sentencias sobre amores eternos.
Falsos axiomas que tan solo te quieren mientras te quieren.
Nos acostumbramos demasiado rápido al manto del fracaso.
Una cabalgata de corazones debilitados con vino y rosas.
Cuanto daría por inventar un final bordado de plata y oro.
Inclinarme hasta deshacer este maldito amor entre extraños.
Versión libre de la canción “la extraña pareja” de Ismael Serrano.
¡Que grande eres!
Les dejo la canción para que escuchen la base del escrito.
Vivir es reencontrarte y no dormir solo, en mi cama otra vez.
Incorporar la valentía a algo más. Despertarse. Anclar sueños.
A veces me consumo tanto, que ni siquiera proyecto sombra.
No te vistas. Mejor transforma mis manos y cristaliza la noche.
Te observo. Duermes. Andas inquieta. Excitada.
No paras de moverte. Como una danza tribal.
Tu espalda se desliza entre los pliegues de la cama.
Tus piernas se enredan en el canto de la almohada.
Tu cuerpo rezuma el perfume de ayer.
Pequeñas olas alocadas que se expanden.
No me atrevo a despertarte, aunque tengo la sensación
que ese sueño llevo una vida deseándolo.
¿Cómo despertarás?
¿Con la mirada brillante?
¿Con la piel sudorosa?
¿Con un deseo salvaje?
En las largas noches de otoño,
aprovecho los huecos que deja tu voz.
Recuerdo lo importante que es sentirte
cuando apenas consigo escucharte.
Bipolaridad insustancial
intensamente arcana.
Busco presencia
en lo inconsolable.
Sangre fresca que me regale
unos días más de vida.
Fragancia de tierra mojada
para mis tardes aciagas.
Olas batientes para aspirar
la reconfortante sal.
Algunas tardes,
la soledad es tan grande
que soy capaz de escuchar
como se encoge mi alma.
Eres quien me hace real.
Mi redención de la ceniza.
La crisálida de mi tortura.
El tañido en la densa niebla.
Las historias que no se consuman,
no son aire, ni historia,
ni dan un punto de sombra.
Tras la palmera del jardín aun se escuchan las atropelladas voces del verano infantil.
El pelo rebujado, las rodillas en carne viva, los ojos como platos y por escudo, una sonrisa.
Los tomates naranjas y pelotas, comprobaban continuamente el principio de Arquímedes.
Los pequeños peces del estanque no sabían si esconderse o empezar a salpicar a mansalva.
No fui del todo feliz, ni dejé de serlo. Mis hermanos. Mis amigos. El perro del vecino.
Todos éramos uno. Desde el bordillo de la acera a los inmensos ríos de barro del invierno.
Un balón era el centro del universo. De reglamento, eso era ya otra historia. Y para nota.
Los trompos volaban. Las bicicletas en el chasis. Las espadas de madera y el corazón de papel.
Nunca tuve uniforme. El colegio era de pago, pero no tanto.
Tenía un par de pantalones de domingo, unas botas de futbol y dos pares de zapatos.
Cada miércoles mi tía traía caramelos y merengues, y por un minuto había fiesta asegurada.
Olía todo el zaguán a cocina. A pollo con habichuelas y zanahorias, canelones, papas fritas y croquetas.
Hoy mi barrio es realmente chico. Y duerme.
Hasta los perros son mal mirados si ladran.
Si canto no tardan más de dos minutos en tocar a la puerta.
¿Dónde está el Capitán Trueno para que me libere de tanta miseria?
De aquellos días con risa franca.
De las ventanas altas e impuras.
De cuando los ciegos amaban
y los sordos sentían tu alma.
Convivo con estelas de sueño.
Agujeros ingrávidos sobre negro.
Siento las noches en silencio
modelando ráfagas de viento.
Cuando las yemas de mis dedos tontean con tus párpados.
O las palmas de las manos provocan tus gloriosos gemidos.
Cuando mis dedos surcan por las venas trazando tu pálpito.
Y mis labios se hunden complacidos en la base de tu cuello.
Cuando mis manos esculpen bajo la piel de tu espalda.
Sofocando abrazos furtivos vedados en otro tiempo.
Cuando una sonrisa, y su alquimia, te invitan a volar.
Sin que nada prevea que el epitafio se antoje cercano.
Cuando descubro confines de tu cuerpo aun inexplorados.
Un puñado de escalofríos danzan, silentes, sobre tu pecho.
Cuando mis venas alertan que están saturadas de veneno.
Mi boca experimenta un sabor violento, solemne y tierno.
Entonces, amiga mía,
las caricias explotan.
Los cuerpos se funden.
La arcana noche, ruge.