Sin quererlo llevamos una máscara de pavor a modo de defensa.
Impera el lema: Prohibido ser feliz. Es más. Nos da vergüenza serlo.
No está bien visto que podamos vivir con placidez en un entorno gris.
Sin embargo nos olvidamos que la tristeza se contagia por el aire.
Bailamos danzas de guerra sobre el papel como dardos hirientes.
La presencia sofoca. Las risas crujen y los abrazos se encaraman al techo.
La rutina y el miedo nos han llevado a la uniformidad extrema.
La piedad es una amable sonrisa que se ejecuta con virtuosismo.
Las togas se vuelven rojas expiando una justicia que ha dejado de ser ciega.
El verdadero proceso de la felicidad no consiste en tenerlo todo. Sino en elegir.
En poder elegir.
No pronunciaré mis últimas palabras si no es frente a un ser amado.
Ni dejare de amar a quien me devuelva una mirada dulce.
Me sublevo ante la idea de comenzar a morir en el inicio de las cosas.
Soy. Quiero. Deseo. Anhelo y grito que quiero ser feliz.
Parpadeo y el mundo cambia. Y yo con él.
Una posibilidad de vivir diferente.
De amar permutando gracia y deseo.
Cuando despierto abro los ojos.
Y no los cierro si no es para soñar contigo.