La arqueología de la vida elabora la tesis de nuestra existencia.
Desde el sol de la infancia hasta la soledad del otoño existencial.
De las revoluciones cruelmente frustradas hasta las no pretendidas.
Cometimos incursiones tardías mediante vuelos con viento en contra.
Pronunciamos palabras en avalancha que olvidaron lo aprendido.
Recuerdas turnos compartidos y sus finales con pestilleras cambiadas.
Sobrevives en refugios devastados de mundos, otrora, reconstruidos.
La música estridente del día a día nos envuelve en rutinas asfixiantes.
La única religión corporal es la consumación de un tacto efervescente.
Huimos de posiciones intermedias, pero mucho más de las mediocres.
Suplicamos evangelios efímeros revestidos de una esperanza apócrifa.
Invadimos espacios en los que creíamos que moraba la perfección oculta.
Vivimos tatuados con arrugas invasivas fruto del ansia que nos persigue.
Cruzamos abismos insoslayables mediante terapia basada en el más allá.
Hoy, añoro los comienzos temerosos, incluso aquellos con portazo al final.