Soñabas con juncos en un desierto encubierto.
Un desconsuelo que nació fugaz y sentiste eterno.
Escamas que perdieron su alma de lentejuela.
No recueras cuando la seda se volvió esparto.
O cuando lo tacones dejaron de cabalgar la noche.
Solo recuerdas cristal regado de alcohol barato.
Y canciones raídas de tanto repetirlas sin público.
Todo comenzó con un grito. O tal vez terminó.
Tus caderas ya no giran desafiando la gravedad.
No te esperan en la cama con las botas calzadas.
Si acaso, sopa en polvo junto al microondas.
Viviste tiempos mejores. Y peores.
Sucumbiste a su urgencia.
A la pereza ante la lucha.
A disfrazarte y actuar.
Cien campanas tañen tu nombre.
Y tan solo se recuerdas el metal
con el que tu corazón esculpió
el último beso devuelto.
Así, poco a poco,
tu alma y tu mente
se divorciaron
de forma irreconciliable.