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Imagen: R. Cristopher Vest.
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Cuando se trata de imaginarte, mi mente funciona como un calidoscopio.
Un sutil violeta que alegra una campiña de verde continuo.
La caprichosa luz de la tarde que alarga tu silueta hasta casi tocarla.
El sonido apenas audible del cimbrear de tu cardera al acercarte.
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El nudo justo que nos une pero no ahoga.
Un pinzón azul que rivaliza en presencia, con el ocaso de la tarde.
Las alas de mariposa fértil que recorre mi espalda una y otra vez.
Mis manos extenuadas tras contar uno a uno los lunares de tu espalda.
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Esos detalles imprecisos
que conforman la compañía,
de un loco caminante
que no sabe volver atrás.
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