Imagen: F.J. Alfonso.
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Llueve sobre mi cara.
Despierto anclado a la vida entre las plumas de mi almohada y el dulce calor del despertar.
Un aroma, salobre y limpio, relanza mis sentidos mas allá de donde buscan cobijo los amantes.
Perfecta alineación de sentimientos detonados con plena satisfacción.
Conjugados la entrega con tu humilde comprensión.
Te entrego un trozo de barro creado con tierra del jardín y agua de la mañana.
Un fragmento inerte de tierra propia y libre rocío.
El aroma a trigo, limpio y salvaje, que impregnas en mi piel al acariciarme.
Autentico néctar de vida, regado con la yema de tus dedos. Faro perenne de mis locuras.
Efervescente y refrescante invades mi cuerpo.
Palabras justas. Un silencio sometido a las caricias desbocadas que recoge mi piel desnuda.
El mundo se reduce a unas sábanas y un movimiento continuo cada vez más perceptible.
Cadencias guturales con su propio ritmo.
Nada corregido, todo impulso.
Gozo y destellos.
Entrega y rendición.
Dos ángeles caídos redimidos por la energía que compartes y la felicidad de mis abrazos.
Observa mi corazón cada día. Hazlo tuyo. Lee sus cartas de esperanza al borde de tu cama.
Suspira mis fantasías. Fabula con sus personajes y dales la necesaria vida.
Volar engendrando sueños entre nubes coloreadas al capricho del deseo.
Paisajes soñados en ambas vidas componen un sentimiento, unísono de corazón.
Cambio todas mis palabras, mis versos, mis sueños, por tu sola presencia.
Mi vida está orientada a inventar mil formas de acariciarte.