Te percibo mía y sin embargo no te siento como tal.
  
Prefiero la incertidumbre que renunciar a esta ilusión.
  
Te enroscas en mi regazo mientras  recorro tu cuerpo.
  
Tu piel, irreverente, late de forma  continua  y pausada.
  
Tristeza y alegría  se asilan en casa de la  locura.
  
Rosas acunadas sobre la mesa de noche.
  
Contamos casualidades entre ideas  sin pasado.
  
Mientras tanto, velo la mansa cadencia de tus pestañas.
  
Esa costumbre fugaz en la  que parpadeas  vulnerable.
  
Me postro  sobre el vientre que me retiene  a la cama.
  
Aprendemos, de a poco, a vivir como esencia de ambos.
  
Almas sesgadas por la arritmia  que se  aleja otro poco.
  
La almohada soporta sueños vacíos y  sal cristalizada.
  
Un tren que renuncia a marchar en círculos concéntricos.
  
Ni que la distancia sea otra escusa para cerrar los ojos.
  
Hace tiempo que retengo tu sabor  al borde de la locura.
  
Una historia que trata de  un titiritero  y  su deseada magia.
  
En esta  intensidad, mi alma aprendió a contener la respiración
  
Vientos que recorren la espalda desde la orilla de tus labios.
  
Crónicas nacidas del vientre y oxidadas bajo siete llaves.
  
