Aun te asustas,
y no entiendo porqué.
Entiende tu poder.
Tu talento.
Tu belleza.
Tu oportunidad.
Domínalos.
Ámalos.
Úsalos.
Vívelos.
Los líderes nunca
van en manada.
Nunca.
Aun te asustas,
y no entiendo porqué.
Entiende tu poder.
Tu talento.
Tu belleza.
Tu oportunidad.
Domínalos.
Ámalos.
Úsalos.
Vívelos.
Los líderes nunca
van en manada.
Nunca.
Nos preceden las palabras pronunciadas,
e incluso las silenciadas.
Berreamos como criaturas
lo que nunca conseguimos como hombres.
Envejecen las metáforas que aplicamos
a los errores mientras se diluyen.
Morimos de a poco.
A medida que la libertad de errar
nos abandona en el camino.
Abrimos puertas de manera compulsiva,
y las cerramos perturbados.
Infancia de un pensamiento
con el síndrome de Peter Pan.
Racionalizamos la magia,
y acabamos llorando su ausencia.
En ausencia de palabras,
gritamos compasión.
Huimos del pasado,
y perecemos en sus cenizas.
Mostramos la piedra de nuestra mano,
como innato gesto de defensa.
Enloquecemos,
bajo esta peligrosa historia.
Te aprecio, pero no te quiero.
Te extraño, pero no te busco.
Te pierdo, y poco a poco, muero.
Enloquecemos
En mi hora más brillante, alcanzo a pronunciar tu nombre sin inmutarme.
La impune nostalgia que pues cargar en tu maleta sin zozobrar de dolor.
Aquella pasión que nos desbordaba nunca dejo de asustarnos a cada paso.
Aquella historia terminó arrodillándome ante la colina de los fracasos.
Calumniamos los principios de la entrega y varios versículos del amor.
Sorpresas que desconocía, pero bullían entre la piel fría como el ámbar.
Desmerezco la ausencia de tu voz. La penitencia de tus labios vacíos.
Con el tiempo, he acumulado una deuda de honor con mi corazón.
El respeto por la pasión incondicional fue un veneno que me horadaba.
Respuestas inexplicables compartidas entre silencios distorsionados.
Sigo viajando sin equipaje desde mi gruta hacia los confines de la razón.
Escarmenté con el veneno de las palabras huecas con una cicatriz perenne.
Culpa mía. Demasiadas ilusiones se desbocan en las rendijas del llanto.
Al final, tan solo me queda la fantasía como antídoto ante lo imprevisible.
Un gran momento para una tormenta perfecta que permita reinventarme.
Hola Olga, hace siete años que no estás.
La hija de nuestra amiga Ali, escribía en estos días, una frase preciosa:
“Eres mi casualidad más bonita.” Esa mujer ha parido pequeñas diosas.
Pocas personas me han cogido de la mano y me han mostrado sueños.
Tu fuiste una de ellas. Me enseñaste a escribir en un folio mis sentimientos.
También, que en los detalles imperceptibles estaba la grandeza de la vida.
Juntos dimos forma a unos pocos miles de folios aderezados de música.
Te levantabas temprano y nos atendías a todos con una frase personalizada.
Eran tiempos de dudas, de embriones nonatos y de ilusiones desmedidas.
Aprendí a expresar lo que sentía y, poco a poco, voy aprendiendo a escribir.
Ya no soy quien era. Fuiste la frontera entre la decadencia del egoísmo
y el florecimiento de una sonrisa tatuada al dobladillo de tu falda.
Amé tu vitalidad sin invadir tu espacio. A mirar por tu ojos. Y aprender.
Ahí estaba el mundo de todos y cada uno que conformamos la comunidad.
Agazapada bajo tu piel borboteaba tu cruel e inesperado adiós.
Tu silencio permanente robó mi sonrisa y me sentí a merced de la duda.
Sin embargo, amiga mía, sembraste un mano de semillas de ilusión
Que un hoy sostienen mi nuevo yo y el recuerdo imborrable de tu gesto.
Sigue esperándome. Nos queda una última poesía a dos manos.
Besos.
Me obsesiona el como simplificar
la complejidad de la vida:
Sus debilidades descreídas.
Los poderes desorbitados.
Sus silencios cómplices.
Los corazones desposeídos.
Las renuncias entre lágrimas.
Su incomprensión pesimista.
Las promesas impermeables.
Los individuos rodeados de aire.
Sus confianzas diseminadas.
La incapacidad de sentir.
Los abrazos con las manos cortadas.
La irrigación de los sentimientos.
El conflicto permanente.
Sus mitos celestiales.
Sonrisas petrificados sobre silencio.
Las palabras que suenan a vacío.
El esbozo rutilante de tu sonrisa.
La desorientación de tu mirada.
La renuncia a tu libertad.
Sus mil maneras de olvidarte,
y una más para extrañarte.
Al fin y al cabo fuimos mariposas
sin su inexcusable metamorfosis.
No quiero renunciar a mi humanidad.
A la emoción impalpable.
A la magia caballerosa.
A equivocarme y reinventarme.
A degustar una copa de vino. Y otra.
Al sonido envolvente de la música.
A disfrutar y sufrir.
A fumarme un buen puro.
A avergonzarme y reivindicar.
A las sombras sin oscuridad.
A la evasión de las palabras pronunciadas.
A la ambigüedad calculada.
A la lucha por las revelaciones.
A mi realidad inventada.
A la burbuja de los sueños.
Al entendimiento condicionado.
A la ausencia de culpa.
A los errores póstumos.
A la fidelidad a la melancolía.
A los espacios infinitos y cercanos.
A los remedios efervescentes.
Al amor contracorriente.
A la existencia de tus labios.
A enamorarme cada día.
Al egoísmo de vivirte.
Al aroma de tu intimidad.
A empaparme de tu corazón.