Con el tiempo,
he cambiado sueños
por escuetos acomodos.
No me gustó crecer.
Demasiado tarde.
Demasiado ingenuo.
He aprendido a domar estrellas
para guardarlas, paradójicamente,
en el fondo de la mesa de noche.
Apilo canciones y poemas
como quien siente miedo
de olvidar como vivió.
De vez en cuando un recuerdo
me grita quien quise ser
y miro de soslayo hacia otro lado.
Perfectamente preparado,
para ganar batallas y guerras,
acopio poses disuasorias.
Tal vez nada vale la pena.
Para guerrear por ella
debe madurar lo suficiente.
Si a esto lo llaman madurez
no sé si debí mandar a parar.
Infligirme un baño de ignorancia.
Aunque bien mirado,
lo mío es mío
y fue lealmente atesorado.
Si no gané todo lo que quise,
al menos peleé por todo
lo que se me antojó necesario.
No más nostalgia.
Todo lo que queda
debe ser intenso.
Será lo último.
Lo inesperado
Será bienvenido.ç
Lo inerte, lo reviviré.
Para que siga viviendo
o languideciendo.
Al fin y al cabo,
la extensa y silente llanura,
es un páramo de esperanza.
Brillo y silencio en la mirada.
Crujir de huesos en la empuñadura,
bajo la perfección labrada.
Hola y adiós a cada día.
Todo comienza y termina.
Un renuente ciclo sin fin.