Tengo un retrato perfecto con el mismo reflejo del derecho y del revés,
que se resigna a ser invisible y me aleja del conformismo de tu piel vacía.
No voy a ponértelo fácil pues la ética resuma desolación y falta de interés.
Me aprendí un mapa perfecto bajo la tenue luz de lo esencial y acentuado.
Momentos inciertos con un valor pulcro e impecable bajo un frio infinito.
En los momentos inciertos no preveíamos las sonoras consecuencias.
Nos arrolló la inocencia de aquellos paisajes muertos y vivos recuerdos.
Aun tengo conciencia del deseo que se desprendía de las razones finales.
Mi miedo aprendió a palpitar entre oleadas de sosiego a modo de epitafio.
Destilábamos una segunda oportunidad. Tal vez, la única oportunidad.
Recuerdo aquellos abrazos de infinito consuelo mientras lucías perfecta.
Mentiras concertadas entre tormentas perfectas, amor y cándida niñez.
Me dejé guiar por tu mano y embarranqué sobre tu piel resplandeciente.
Fuimos agua y aceite. Fuiste mi chica y no supe bailar aquella fantasía.
La mente en blanco. El corazón vacío. Apenas unos retazos de verdad.
Un corazón puro enmarcado en un alma vieja con sueños albeados.
Fuimos figuras a contraluz devoradas por la impaciencia del tiempo.
El sacrificio de una noche que anegó todo aquello sin luz ni vida.
Sombras que no se reconocen entre todo lo que no pudo pasar, ni pasó.
Una sombra persigue mi vida desde entonces cuarteando cada trozo de piel.
No supe quererte y cargo desde entonces con la pesada cruz de tu ausencia.
Hoy, toco a las puertas del cielo buscando consuelo. Buscando donde estás.