Te dejé mientras florecías.
Cuando apenas sabias caminar.
Por las veredas y arroyos.
Mientras te hacías mujer.
Con el tiempo me tropecé
Con lo que pensé que era
el alma errante de una mujer.
La culminación de una vida intensa.
La piel ajada.
Los labios rajados.
La mirada vacía.
El alma surcada.
No pasó la belleza.
Intrínseca entre sollozos.
Ni tan siquiera las ilusiones,
hoy florecidas a menos.
En alguna cama
no hubo despertar.
Ni lluvia.
Ni libertad.
Los lápices mellados.
Las esquinas destruidas.
La oscuridad bajo tus párpados.
Las intenciones, caducadas.
Ya somos madera.
Demasiado angosta.
Demasiado cuarteada.
Para volver a esculpir.
Siempre me trataste bien.
Incluso en sueños.
Incluso en las luchas
Tratando de sobrevivir.
Nunca nos desnudamos
Ni mostramos la piel.
Siempre estuvimos
entre carne viva y dolor.
En mi libro de recuerdos,
convives con el espacio
de las nubes furibundas
y la salobre orilla del mar.