El diablo, dicen, que da sobrinos
a quien no tiene hijos.
Y no tengo dudas que da recuerdos
a quien no se siente amado.
De cualquier manera,
por aquello de no perder ni al parchís,
el mediocre es capaz de acostumbrarse
a no rechistar con tal de respirar.
Con el tiempo,
Entre heridas
Y cicatrices restañadas,
aprendí a ser feliz coleccionando
vértices de recuerdos:
Tu cabeza recostada sobre la almohada.
El aire de unas alas batiendo en agosto.
Pedalear en la orilla del mar salpicado de sal.
El aroma de un buen habano reposado.
Y sonrío malévolo.
Pensando que algún alma amargada
quiso contrariarme con una maldición
y me ha dado la llave de la supervivencia.