Me estoy acostumbrando a vivir con la piel erizada.
Mientras naufrago en la penumbra de mi almohada.
Incendio las guirnaldas de la última verbena.
He renunciado a dormir bajo las estrellas si no estoy a tu lado.
Me asfixia la brisa de la noche si no me rodeas con tus brazos.
Compartamos unos hielos embriagados en la última mesa de bar.
Duermo con miedo a que aprendas a volar lejos del nido de versos.
Sonidos asíncronos nadan entre tus párpados inmóviles y mi soledad.
Bailemos entre humo y caricias en este pecio dotado de tu hermosura.
Culminemos la noche entre besos y la marejada de tus sábanas.
Aprendí a suspirar para descalzar los demonios del silencio.
Y tal vez, guarecerme bajo el dobladillo de tu falda.
Volar con el aroma a hierbabuena hasta que los astros iluminan tu rostro.
Arrastrar la melodía de mi frágil costumbre a la fugacidad de tu mirada.
Voluptuosos aromas a besos plenamente sentidos.
Cataclismos al borde del camino que trazas sobre la blanca arena.
Ya estoy a salvo de la mayoría de las estaciones.
En las que ya nada es lo que era.
O lo que quería que fuera.