Cuando la vida, caprichosa,
exige redoblar esfuerzos,
recordemos que la desnudez
fue nuestro lecho común al nacer.
Sin diferencias.
Hermanos.
Con alma.
Iguales.
Que no nos diferencie
el odio o la ignorancia.
La ceguera voluntaria
ni mirar sobre el hombro.
Aprendamos a soñar
bajo el mismo techo.
Sin que nadie sobreviva
de las sobras que desechamos.
Al fin y al cabo
todos aprendimos a amar
mirándonos a la cara
bajo esta cúpula de estrellas