En el borde al abismo
yergue la espléndida copa
natural del abeto.
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Por derecho natural
se ha convertido en vigía
del discreto atardecer.
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Sin un color más allá del verde,
palidecen los gladiolos que circundan
su imponente tronco.
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Con un sobrio cimbreo
de sus hojas inunda
la brisa de sutil aroma.
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