Palabras que se derriten mansas.
Silencio adornado de aroma familiar.
Apuramos, ansiosos, la copa del recuerdo.
Lavamos nuestras manos en agua de canalón.
Esperamos que todo cambie. Y nada cambia.
Nada cambia.
Rompemos cantos. Adoramos profecías.
Abrimos puertas de luz. Combatimos sombras.
Callamos cuando llueve, por su inmensa grandeza.
Cuanto más morimos, mejor amamos.
Nada cambia.
No hay sonidos. Ni sábanas con vida propia.
Una tenue respiración.
Me sobra fe. Me falta aire.
Retorno eterno. Comparto desaliento.
Aprendido a declinar infinito sin apenas ruborizarme.
Nada cambia.
Solo quedan cuatro antiguos pétalos de tu flor preferida.
Una manta doblada a los pies de la cama que me acaricia.
Un aroma perverso que aparece en un rincón, siempre a traición.
Un puñado de calendarios con los días visiblemente vencidos.
Mi último aliento zozobrará abrazado a tu cuerpo.
Me ronda un “te quiero” enmohecido.
Momentos inolvidables cabalgan al viento.
Labios cuarteados que nunca pronuncian adiós.
Nada cambia
Te quiero delicadamente incrustada.
Tu piel chispeará como la primera vez.
No se vivir solo de aire.
Necesito algo palpable.
Un escalofrío a traición.
Tengo tan desgastado el recuerdo
que hasta las motas de polvo
se ríen mientras se escurren
revoltosas sobre mi piel.
No necesito razones para surcar el mundo en un barco de papel.
Nada cambia.
Nada cambia.